sábado, 5 octubre, 2024
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Cambio climático: la Inteligencia Artificial, una promesa convertida en amenaza

La Inteligencia Artificial es empleada, según sus impulsores, para mejorar la vida en la Tierra. Sin embargo, poco se dice acerca de cómo el progreso, en muchos casos, tiene su reverso, su cara oculta y dramática. En este caso, el nudo radica en el impacto ambiental que la infraestructura vinculada a los sistemas de IA puede tener al acelerar el consumo energético, el gasto hídrico y las emisiones de gases de efecto invernadero. Así es cómo la tecnología que la humanidad crea, lejos de resolver los problemas, contribuye a empeorarlos.

En un diálogo reciente con Alejandro Fantino, Javier Milei dijo: “Mi objetivo es que en 40 años Argentina sea una de las principales potencias mundiales y todo lo que estamos haciendo con Reidel en materia de Inteligencia Artificial es para acelerar la convergencia. La Inteligencia Artificial tiene un efecto muy similar al de la Revolución Industrial, que se caracterizó por un aumento fenomenal de la productividad. El efecto que causa la Inteligencia Artificial es el mismo, pero muchísimo más violento”. Luego, explicó su plan de que Argentina se convirtiera en uno de los cuatro polos de IA en el mundo. Frente a una China “que no sabemos qué está haciendo”, una Europa “que regula todo, por lo tanto lo destruye todo” y EEUU que está en una “posición tibia”, “nosotros tenemos todo para ser una potencia en Inteligencia Artificial”. Y con ese “todo” el presidente se refirió a los recursos humanos –“la cantidad de pibes que hay programando no te das una idea”– a la energía –necesaria para que “trabajen los centros de datos donde aprenden los algoritmos”– y el frío –para “que consuman menos las máquinas”–. Y sintetizó frente al periodista: “En el sur podemos hacer una cosa fenomenal”. 

Pero las cosas no son tan sencillas como las plantea el presidente libertario. Google y Microsoft ya exhiben datos a tener en cuenta, con tendencias que podrían empeorar la situación de cara al futuro. Según informes confeccionados por ambas corporaciones, se estima que el consumo energético de ambas ya supera, por lo menos, al realizado por 100 países. Google anunció, de hecho, que sus emisiones de gases se incrementaron en un 48 por ciento y en Microsoft el aumento fue del 31 por ciento, en el último lustro. A pesar de sus inversiones destinadas a volverse más sustentables, ambas compañías deberán redoblar esfuerzos si todavía buscan cumplir con el objetivo pactado: llegar a 2030 con un nivel cero de emisiones.

Emmanuel Iarussi, investigador del Conicet en el Laboratorio de IA de la Universidad Torcuato Di Tella, dice en diálogo con Página 12: “Sin dudas hay preocupación por la cantidad de energía que consumen los modelos de IA, dado que buena parte de esa energía proviene de fuentes que contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero”.

¿Cómo se explica la relación IA y consumo energético? A grandes rasgos, los procesadores consumen mucha energía cada vez que realizan un cómputo. Por ineficiencias acumuladas en el diseño, una parte de esa energía se disipa –como en cualquier circuito electrónico– en forma de calor. De esta manera, la cuenta es sencilla: el mundo está en presencia de centros con una gran cantidad de procesadores que trabajan a tiempo completo y que propagan calor; altas temperaturas que de alguna manera requieren refrigeración, para que continúen operando y no se prendan fuego. En la actualidad, poseen circuitos cerrados de agua y ventilación incorporada para evitar un recalentamiento. De aquí que el gasto hídrico también sea sustantivo: si el auge de la IA se sostiene para 2027, podría demandar la mitad del agua que gasta un país como Inglaterra.

Se calcula, según un informe realizado por Goldman Sachs, que una consulta en internet realizada por una IA requiere diez veces más energía eléctrica que una exploración convencional realizada en Google u otro navegador. En paralelo, hacia finales de década, hay consultoras que estiman que los sistemas de IA podrían necesitar el 0,5 por ciento del consumo global de electricidad, algo así como lo que gasta una nación como Argentina en todo un año.

Natalia Zuazo, especialista en tecnopolítica y directora de Salto Agencia, apunta: “Según los últimos informes, aumentó mucho el uso de electricidad y agua, sobre todo, en los centros de procesamiento de datos que se requieren para entrenar a la IA. Según Naciones Unidas, por ejemplo, de 2018 a 2022 se duplicó el empleo de energía”. Y agrega: “También está el tema de los minerales que se requieren para la transformación digital, insumos que por lo general provienen de países en vías de desarrollo”.

Un entrenamiento caro al ambiente

Si bien en la literatura científica hay papers que tratan de medir cuánto consumen estos modelos mientras son entrenados, no es tan sencillo evaluar qué sucede cada vez que un usuario los emplea. Iarussi, sin embargo, hace el intento y detalla dos fases bien diferenciadas: entrenamiento e inferencia. “Durante el entrenamiento, cuando el modelo aprende a reconocer patrones en datos y a producir respuestas acertadas, las computadoras tienen que hacer billones de cálculos, lo cual consume mucha electricidad”. Según estimaciones recogidas por este científico, entrenar un modelo de lenguaje como GPT-3 implica 1,300 MWh (megawatts) de electricidad, es decir, el equivalente al consumo anual de 500 hogares en Argentina.

Luego, una vez que el sistema está entrenado, hacerle consultas consume menos energía. Iarussi ejemplifica: “Una respuesta de GPT-3 consume 0.0003 kWh, aproximadamente el mismo consumo que una lamparita de 10 watts encendida durante un par de minutos”. Y agrega: “Además, durante todos estos procesos los servidores generan una gran cantidad de calor, lo que requiere sistemas de refrigeración que consumen tanto agua como electricidad para mantener una temperatura operativa segura”.

Lo que sucede, básicamente, es que las computadoras que se emplean para entrenar modelos de lenguaje y softwares vinculadas a la IA requieren de unidades de procesamiento gráfico (GPU), que demandan mucha más energía que las computadoras convencionales. De esta manera, ¿cómo conviven los objetivos ambientales del planeta y el combate del cambio climático, con la necesidad de promover más y nuevas tecnologías para alcanzar márgenes de productividad?

Si bien se cree que la propia IA y su manejo de una ingente masa de datos podrían funcionar como aliados al momento de hallar respuestas más ajustadas para combatir al cambio climático, en el presente solo se está en presencia de sofisticados sistemas que consumen muchísima energía. Para colmo, en el mercado prima una lógica de supervivencia del más apto, que obtura cualquier posibilidad de cooperación. “Google, por ejemplo, tiene una política de mitigación e invierte en ambiente, pero claramente no va a llegar a la meta de 2030. Estamos en un período de gran desarrollo de las tecnologías de Inteligencia Artificial y las empresas, lejos de colaborar, compiten entre sí. Google, Microsoft y Open AI diseñan productos similares y, por lo tanto, explotan recursos para hacer lo mismo. Si realmente la intención fuera reducir la huella ambiental de esa carrera, tal vez, deberían establecerse acuerdos”.

¿Soluciones o más problemas?

A los sistemas de IA también hay que sumar la demanda creciente de electricidad si crece el parque de autos eléctricos. Si las naciones periféricas ya enfrentan problemas para satisfacer las necesidades actuales, no hace falta mucha imaginación para pensar en lo que podría pasar si estos avances tecnológicos se consolidan. Ante una mayor demanda, disminuye la oferta, sube el precio y se limita el acceso.

En este marco, las grandes corporaciones exploran soluciones que funcionen como llave para salir del laberinto de la IA. “Por un lado, se está mejorando la eficiencia energética de los centros de cómputo para reducir el consumo de energía del hardware. Por otro lado, comienza a haber algunos desarrollos en modelos de IA más eficientes, que son capaces de realizar tareas complejas con menos recursos. Para mí ese es el terreno más fértil para la investigación: la inteligencia más poderosa que conocemos, nuestro cerebro, funciona con poco más de 10 watts y ese consumo es relativamente constante para las diferentes actividades que hacemos durante el día”, explica Iarussi. Otros especialistas consultados por este diario ya ponen sobre la mesa la idea de impulsar la construcción masiva de minirreactores nucleares, con capacidad para brindar energía sin sobrecargar el tendido eléctrico. No obstante, se trata, más bien, de un plan a futuro.

Hoy no forma parte del discurso ambientalista el combate contra el desperdicio de energía y los problemas que, por ende, puede ocasionar al cambio climático el uso irrestricto de la IA. Lo que se necesita, según suelen mencionar las y los especialistas en el rubro, es un recambio de la matriz productiva y energética. El interrogante pendiente es: ¿cuán dispuesto está el planeta a cambiar las bases del sistema capitalista actual? Un modelo agresivo, extractivista, desigual y demoledor de los recursos naturales y las personas.

Quizás esos paisajes desérticos, esos escenarios distópicos, colonizados por robots y humanos que sobreviven ante la falta de recursos naturales, pase de ser una figura de ciencia ficción a configurar, finalmente, un ejercicio prospectivo posible. Una afirmación y una duda: las tecnologías son cada vez mejores, pero ¿qué mundo transformarán?

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