Generó suspicacias la decisión del Papa Francisco de quitarle a la arquidiócesis de Buenos Aires su condición de jurisdicción eclesiástica primada del país y traspasarle esa condición a la diócesis de Santiago del Estero por haber sido esta última la primera que se creó en tiempos de la colonia en lo que luego sería la Argentina.
¿Realmente se debe a un reconocimiento histórico? ¿O se está castigando al principal escenario católico del país? ¿Se le está recortando poder al arzobispo de Buenos Aires, cargo que hoy ocupa Jorge García Cuerva? ¿Perderá algo de fuerza la voz de la Iglesia porteña, que suele resonar fuerte en ocasiones como los Tedeum?
Aunque en medios eclesiásticos lamentan que se formulen este tipo de interrogantes, el propio comunicado de la Iglesia en el que se anuncia la decisión papal admite implícitamente que puede haber estas lecturas, al pedir “vivir esta decisión papal con una profunda alegría de vivir en la verdad, que siempre nos hace libres”.
Más aún: en una institución como la Iglesia católica, donde con frecuencia los gestos cuentan más que las palabras, el comunicado –que incluye una exposición de los antecedentes históricos que motivaron el cambio- fue firmado conjuntamente por García Cuerva y el obispo de Santiago del Estero, Vicente Bocalik.
Hay también una admisión de que la concepción fuertemente porteña que caracteriza al país, también afectó a la Iglesia al designar a la arquidiócesis de Buenos Aires como primada cuando invitan “a tener una mirada integradora del territorio nacional en un renovado propósito federal», aún desde la estructura eclesial.
Tampoco puede pasarse por alto que la declaración a la arquidiócesis de Buenos Aires fue en 1936, o sea, dos años después de haber sido la sede del 34º Congreso Eucarístico Internacional, un acontecimiento que marcó un antes y un después en la vida de la Iglesia en el país por la enorme convocatoria y fervor.
Aquel acontecimiento –que tuvo como legado papal al entonces cardenal Eugenio Pacelli, a la postre Pío XII- que se realizó durante la denominada «Década Infame» fue el máximo exponente de un intento de mayor presencia de la Iglesia en la vida pública e influencia en el Estado con la anuencia del poder militar de la época.
Hoy Buenos Aires ya no es en materia católica lo que era 90 años atrás. Por el contrario -en línea con lo que ocurre en las grandes urbes occidentales- es probablemente el lugar menos religioso de la Argentina y más refractario a los preceptos como lo demuestra el apoyo a la legalización del aborto a diferencia del interior.
En el AMBA solo el 56% se declara católico, siendo la segunda región menos religiosa –más allá de contar con la manifestación de fe más masiva que es la peregrinación a Luján- detrás de la Patagonia con el 51%, según la última encuesta del CONICET, que data de 2019. Mientras que el NOA es la más religiosa con el 76%.
El hecho de que quien haya tomado la decisión sea un pontífice argentino y que fue, precisamente, arzobispo de Buenos Aires, implica en cierta forma un renunciamiento de un católico cien por ciento porteño, lo que le otorga una mayor libertad para hacerlo.
Y fortalece el mensaje que parece emerger con este cambio que tanto llama la atención y mueve a suspicacia: la necesidad de que la Iglesia vuelva a sus raíces para iniciar una revitalización. Y que ésta no vendrá por la cercanía al poder.
Un Bergoglio auténtico.