¿Puede ser inmoral la literatura? ¿Puede ofrecer degradación? ¿Qué alerta del arte? ¿Por qué los incomoda que se hable de sexo? ¿Con qué derecho señalan una obra de arte como degradante o inmoral?
El gobierno nacional inició una caza de brujas contra cuatro novelas de escritoras mujeres. La historia de la literatura está repleta de estos episodios de señalamientos morales –e incluso de censuras–: Kafka, Flaubert, María Elena Walsh, Manuel Puig, por nombrar solo algunos que fueron víctimas del silenciamiento. En nuestro país hubo épocas en las que se quemaron libros, se persiguieron escritores y se censuraron obras.
Tal vez la saña contra los libros de ficción tenga que ver con que son un lugar de libertad, donde los pibes y pibas pueden imaginar otras vidas, pensar nuevos mundos. Es en esas verdades relativas donde la esclavitud no se acepta como destino y la ferocidad contra los débiles se combate.
Cometierra, de Dolores Reyes, es una novela conmovedora, con un lenguaje accesible, cercano y crudo. Lleno de imágenes, descripciones y metáforas de una sensibilidad increíble. La tierra es la protagonista, que a través de una chica cuenta las tragedias de sus muertos y los sufrimientos de sus desaparecidas, algunas víctimas de femicidio. Narrada con maestría, detalle de lo cotidiano, cada descripción hace del relato una experiencia artística. Una experiencia que está tan lejos de ser pornografía para niños como de ser genuinas las críticas que recibió en las últimas semanas.
En la novela de Reyes, la tierra no solo funciona como un elemento mágico que, al ser devorada, permite a la protagonista ver y reconstruir historias de crímenes y femicidios, sino que también es el color de su piel y de sus ojos, su territorio, su casa. La tierra representa la comunidad, lo ancestral, la voz de aquellos que no tienen voz; es todas las lecturas posibles, lo que cada lector puede hacer con esas historias que narra. La tierra es, como la lectura, una experiencia compartida por todos y todas las que la habitamos, donde se entrelazan nuestras historias y las posibilidades que estamos dispuestos a poner en juego.
Las autoras censuradas (porque claramente en la intención de censura hay ya una censura, una cancelación), Aurora Venturini, Gabriela Cabezón Cámara –además de Dolores Reyes–, son mujeres bonaerenses y cuentan historias protagonizadas por mujeres. Sus textos forjan ideas y fomentan la mirada crítica contra la violencia machista. Pero no son solo sus textos sino que la sola existencia de mujeres hablando, es decir, haciéndose cargo del poder de una lengua pone en cuestión la violencia patriarcal.
Desde hace décadas los “guardianes de la moral” se quejan de que los pibes y las pibas no leen y no comprenden cuando leen consignas en los exámenes. Explotan titulares y discursos políticos contra la escuela pública. Sin embargo, esta vez, cuando el Estado garantiza libros en sus manos, se escandalizan. Prefieren una voz única, dominante. Hablan de libertad, pero le tienen miedo a la libertad del lenguaje. Y mucho más que a la libertad le temen a la comunidad. Porque una lengua es comunidad, y no hay libertad más profunda que la que allí se realiza.
La hipocresía de las críticas es modo de la censura de aquellos que, una y otra vez, sin leer una línea y sin tener idea de lo que hablan, intentan recurrir a la receta de las persecuciones, las críticas silenciadoras y descalificadoras. Lo hacen porque creen que pueden, porque los tiempos actuales parecen avalarlos, y porque son los mismos que promueven una política cultural que prefiere quemar libros en lugar de leerlos. La pregunta es: ¿podrán? Desde la Provincia de Buenos Aires pensamos que no. Este fin de semana, en el Teatro Argentino, se reunirán referentes de más de 300 bibliotecas, que además recibirán más libros comprados por la provincia de Buenos Aires.
Nadie es pasivo ante un texto. Leemos porque necesitamos encontrarnos con otros, en la diversidad, en los destiempos, entre líneas. El libro crea conocimiento, afirma nuestra identidad y construye comunidad. Las posibilidades que ofrece la lectura no solo existen en la sucesión de palabras y párrafos, residen también en cada lector, en su contexto, en la creatividad infinita que se genera y se renueva en el cruce con la obra. Es preciso, entonces, más que nunca, realizar este encuentro entre los textos y los lectores.
* Presidenta del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.