Karim Al-Hussaini, Aga Khan IV, príncipe y líder espiritual de doce millones de musulmanes chiitas ismaelitas y dueño de una fortuna estimada en catorce mil millones de dólares, murió el pasado martes 4 de febrero en Lisboa. Tenía 88 años. Una noticia significativa para millones de islámicos distribuidos en treinta y cinco países de Asia, África, Europa, América del Norte, Australia y Oriente Medio, que creen que Aga Khan IV era descendiente directo de Mahoma a través de su hija, Hazrat Bibi Fatima, y el primo y yerno del profeta, Hazrat Ali.
VIDA DE PRÍNCIPE
Había nacido el 13 de diciembre de 1936 en Creux-de-Genthod, Suiza, como el primogénito del príncipe Aly Khan y su primera mujer, Joan (Yarde-Buller) Khan, descendiente de la aristocracia británica (su hermano menor, Amyn Aga Khan, nació al año siguiente). Cuando Karim tenía 13 años, sus padres se divorciaron y el príncipe Aly se casó con la actriz Rita Hayworth, con quien tuvo una hija, la princesa Yasmin Aga Khan. Tras haber pasado su infancia en Nairobi, Kenia, Karim se instaló en Ginebra para asistir al exclusivo Instituto Le Rosey. Amante de los deportes y destacado esquiador, a los 18 años representó a Irán en los Juegos Olímpicos de 1964 en Innsbruck, Austria, y a los 20 asumió el liderazgo de su comunidad mientras estudiaba Historia Islámica en Harvard: su abuelo, Aga Khan III, lo eligió su sucesor en lugar de su padre. “Fue un shock”, dijo él en una entrevista con Vanity Fair en 2013. “Era un estudiante que sabía cuál iba a ser su trabajo por el resto de su vida. Pero creo que nadie en mi situación hubiera estado preparado”. Aunque el argumento oficial de su abuelo para explicar la designación fue que “la comunidad debía ser guiada por un líder joven, adaptado a los nuevos tiempos”, su decisión, con la que rompió 1300 años de tradición, estaba motivada por evitar que su hijo, un famoso playboy, ocupara el cargo.
Así, el príncipe Karim se convirtió en el Aga Khan IV –el 49° Imán hereditario de la comunidad chií ismaelita– en julio de 1957, en una ceremonia con toda la pompa celebrada en Dar es-Salam, Tanzania, en la que su peso era igualado en diamantes que le regalaron sus seguidores. Pocas semanas después de su proclamación oficial, la reina Isabel II le otorgó el título de Su Alteza, una decisión que reflejaba el estrecho vínculo entre ambas dinastías, unidas por la fascinación compartida por los caballos purasangre. Y durante los siguientes setenta años, Aga Khan supo combinar a la perfección lo espiritual y lo mundano: fue príncipe de su comunidad y una celebridad entre los royals y los millonarios del mundo.
Sofisticado y cosmopolita –aunque de bajísimo perfil–, el Aga Khan IV volaba en sus propios jets, tenía una isla en el Caribe, un barco de lujo y habitaba en distintas residencias, incluida Aiglemont, una finca ubicada al norte de París que con el tiempo se convirtió en el centro de entrenamiento para sus caballos. En 1960, su padre, el príncipe Aly, murió en un accidente de auto, y sus hijos heredaron un impresionante imperio ecuestre que incluía nueve granjas entre Francia e Irlanda. “Los tres nos encontramos con esta tradición familiar de la que ninguno de nosotros sabía nada”, dijo en esa entrevista con Vanity Fair del año 2013.
DOS BODAS Y CUATRO HIJOS
Estuvo casado dos veces. Primero con la modelo británico Sally Croker-Poole, a quien conoció en Gstaad en 1968 y con la que se casó en París un año después. Rebautizada Begum Salimah –nombre que adoptó como mujer de Aga Khan–, tuvieron tres hijos, todos involucrados en el imanato: la princesa Zahra, el príncipe Rahim, heredero del título del Aga Khan, y el príncipe Hussain. Tras quince años de matrimonio, se separaron en 1984, después de firmar un divorcio que le costó a él alrededor de 35 millones de euros. Su segunda esposa fue la alemana Gabriele Thyssen –casi treinta años más joven que el Aga Khan–, que ya era princesa antes de darle el “sí” porque había estado casada con el príncipe Karl Emich de Leiningen, declarado en 2013 por el Partido Monárquico de Rusia heredero principal del trono del país. La pareja selló su amor con una romántica boda que tuvo lugar en el castillo francés del Aga Khan, en 1998. Ella se convirtió al Islam y cambió su nombre por el de Inaara (Begum Inaara), derivado del árabe “nur”, que significa ‘luz’, y en el año 2000 tuvieron un hijo, Aly Muhammad Aga Khan. Anunciaron su separación en 2004 y el divorcio también fue largo y costoso para el príncipe: tuvo que darle sesenta millones de euros a Gabriele, quien embolsó otros veinte millones al vender su colección de joyas.
Aunque no había heredado ningún territorio, su enorme fortuna –proveniente de inversiones y participación en hoteles de lujo, líneas aéreas, caballos de carrera y medios de comunicación–, la usó principalmente con fines filantrópicos en muchísimas organizaciones benéficas y también para disfrutar de su amor por la hípica. Fue velado en Lisboa, en la sede de su fundación Red de Desarrollo Aga Khan (AKDN), y tras la ceremonia religiosa, que tuvo lugar en el Centro Ismaelita de la capital portuguesa, sus restos fueron trasladados el 9 de febrero pasado a Asuán, en Egipto, para su entierro.
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