domingo, 23 marzo, 2025
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La historia de Angelo, el chico cordobés al que una foto en la calle le cambió la vida

Corría julio de 2019 y una foto de un chico cordobés se viralizaba en las redes sociales. Angelo Barrera tenía 12 años y estaba estudiando inglés porque al otro día rendía un examen. Lo llamativo era que estaba concentradísimo y solito, en la peatonal San Martín de Córdoba, arriba de un cantero y con una banqueta como escritorio. Abrigado, bajo una tenue llovizna y con 7 grados de temperatura, Angelo estaba practicando en voz alta, a unos metros de sus padres Rafael y Analía, que vendían medias y calzoncillos en un puestito callejero.

Por allí pasaba Eugenia López, por entonces empleada de una cafetería del centro de la Docta, a unas cuadras de donde estaba Angelo. Sorprendida para bien por la escena, registró con su teléfono una foto que luego posteó sin imaginar lo que sucedería después.

«Recuerdo que esa foto la saqué para mostrárselas a mis hijas, que iban a la primaria, y a veces renegaban a la hora de hacer la tarea en casa, estando calentitas y tomando la merienda. La imagen de ese chico estudiando con el frío que hacía, acompañando a sus padres que estaban trabajando, era el mensaje que quería transmitirles a mis chicas. Nunca imaginé que esa foto se viralizaría». Hoy, esta madre y emprendedora está al frente de su propia tienda de regalos y accesorios en Alta Gracia.

Mucho menos lo imaginó Angelo, que en una nota con Clarín, allá por 2019, sorprendía por su disciplina y madurez. «Mis padres me insisten para que estudie, porque ellos son analfabetos y no quieren que yo venda medias en la calle cuando sea grande. A mí me encantan los autos, conozco cada una de sus partes y quiero el día de mañana ser un especialista, un técnico mecánico», decía por entonces el muchachito a este cronista.

Días de después, distintas personas influyentes de Córdoba recogieron el guante y uno de ellos le mandó un mensaje a un teléfono prestado que tenía el padre: «¿Te gustaría estudiar en el Instituto Técnico Renault?». Se trataba de Eduardo Cazenave, director del establecimiento. Sin dudarlo, Angelo dejó la escuela pública donde cursaba y aterrizó becado «en un lugar donde había que llegar preparado y yo no lo estaba. Fue duro al principio, pero estudiando y esforzándome, logré ponerme al nivel de mis nuevos compañeros con la ayuda de Dios», remarca el joven, que se declara muy creyente y que siente que «el Señor siempre me acompaña».

Angelo Barrera estudiando en la peatonal de Córdoba mientras sus papás vendían medias. Foto Archivo

A seis años de aquella foto y de ese prematuro deseo de estudiar en un secundario especializándose en técnico mecánico, Angelo hoy está cursando el último año en el Instituto Técnico Renault, donde seguirá becado para hacer el terciario y recibirse como técnico superior en automotor.

«Esos estudios me darán un conocimiento que me permitirá tener una salida laboral ya sea en la fábrica Renault o en otro lado. Pero es increíble cómo mi vida cambió con esa foto, porque para mí sería imposible estudiar en un lugar como éste». Con alegría y cierta sorpresa, pregunta: «¿Cómo hiciste para ubicarme? Tengo hace poco este número», comparte con alegría el joven de 18 años recién cumplidos.

Angelo Barreda vive en un barrio humilde con sus padres Rafael y Analía y con su hermana Melanie (15). «Yo me crié en la calle, desde que tengo memoria acompañé a mi papá y te confieso que extraño esa parte de mi vida, porque me había hecho de muchos amigos. Me conocía el del café, el del bar, el del local de ropa, todos siempre fueron muy atentos conmigo, nunca faltaba el sanguchito, la Coca o algún chocolate… La calle te acelera los tiempos, viste… Es como que crecés de golpe. Yo me acuerdo que a los ocho, nueve años ya era un adulto. Sabía desenvolverme y hacer cosas que normalmente a esa edad no tenés idea». Embalado, habla con entusiasmo y algo de apuro.

Angelo Barrera (18), en la puerta del Instituto Renault. «Aquí seguiré estudiando para recibirme de técnico superior en automotor», hace saber.

Después de la pandemia, sus padres perdieron la changa que tenían y que permitía «vivir dignamente» a la familia, y se despidieron de la peatonal, el lugar donde Angelo aprendió a caminar. «Yo pasaba diez, doce horas por día, y mi papá me preparó para enfrentar la vida, para salir a la guerra… Mamá, en cambio, me dio amor, cariño y modales. Se repartieron bien las tareas», grafica risueño. «La escuela de la calle a mí me dio la virtud de poder vender lo que sea, ¿entendés? Me dio labia, yo soy un vendedor como mi viejo, pero mejorado».

Hoy la familia Barrera subsiste con el sueldo de Rafael (60), que barre playones y no llega a los 300 mil pesos mensuales más alguna changa que consigue. «En mi familia comemos poco», dice ocurrente Angelo. «Además donde yo vivo, que es una casa de material en un barrio pobre, no pagamos la luz. Te lo digo porque no sé mentir, viste… Estamos colgados a un cable, como lo están todos los que habitan ese barrio. Si tuviéramos que pagar la luz, no podríamos comer, es simple».

«El colegio me dio conocimiento para hacer changas y ayudar a mi familia», dice Angelo.

Dice que ayuda a la economía familiar con «laburitos que me van saliendo con vecinos que me conocen y confían en mí. Aprendí a fabricar cargadores de baterías para autos, también entiendo bastante de electricidad para motocicletas y hago soldadura de caños, así que me las rebusco para no pedirles plata a mis padres. Y como no tengo espacio en mi casa, tengo mi tallercito en la vereda y nadie me molesta por suerte. Los fines de semana, lo acompaño a papá a cirujear, viste, a buscar caños, chatarra, que pueda servir para vender o utilizar para la diaria», detalla con la frente en alto.

Hace saber Angelo que se levanta a las cinco de la mañana todos los días para ir al colegio ubicado en el barrio Santa Isabel, hasta donde tiene casi dos horas de viaje. Hace jornada completa y la beca incluye el comedor. «¿Sabés lo que significa para mí y para mi familia comer ahí gratis? Que mi familia no tenga que pensar qué vianda tengo que llevar es un gran alivio. Y cuando se puede y sobra en el cole me dan un paquetito para llevarles comida a mis padres y a mi hermana. Yo agradezco mucho la oportunidad y por eso me esfuerzo tanto, porque muchos confiaron en mí. No los puedo defraudar«.

Eugenia López hoy, al frente de su tienda. Esta madre y emprendedora, en 2019, sacó la foto de Angelo estudiando en la peatonal sin imaginar que su posteo se viralizaría.

No quiere olvidarse del ingeniero Alejandro Colombato, que trabaja en Renault Francia y que tuvo mucho que ver «para que yo hoy tenga este presente y para que me pueda ir de viaje de egresados a fin de año. No sabés la emoción que tengo. Será la primera vez en mi vida que voy a salir de la provincia de Córdoba para ir a Bariloche con todos los compañeros. Y cuando pienso en mi primer viaje en avión, te soy sincero, me da un cagazo padre», se ríe Angelo.

Comenta Angelo que es muy querido en su curso y que sus compañeros conocen su historia de vida y lo bancan. «Me respetan, me siento uno más y no un sapo de otro pozo, que lo soy… Ellos han sido muy generosos conmigo. Pese a mis carencias económicas, soy un privilegiado que lo tiene todo sin tenerlo todo, ¿se entiende? Me regalaron una computadora, útiles y ropa. No me falta nada, me siento uno más y eso es grandioso».

Angelo con su papá Rafael, en los tiempos en los que trabajaba en le peatonal San Martín, de Córdoba, antes de la pandemia.

Cada día lleva 1.000 pesos para comprarse «la bolsita que nunca falla», la de bizcochitos que le permite no llegar al almuerzo desesperadamente voraz. «Es que la mayoría de las veces salgo de casa a las corridas, porque si no pierdo el colectivo, entonces no desayuno y a media mañana estoy que me como las paredes», señala ampuloso.

En tono confidencial, comparte que hace poco fue a un cumpleaños de un compañero de clase. «Son todos tinchos los pibes, todos están forrados de guita, yo soy el único turro«, se mata de risa. «Son tipazos, no importa su condición, conmigo son de primera. El cumple era de Tadeo, un guaso divino, y lo hizo en un barrio cerrado. ¿Sabés que le regaló su familia para sus 18? Adiviná… ¡¡Un Fiat Kronos con caja automática!! ¿Podés creer? Increíble, pero no siento envidia para nada, te juro… En cierta forma, de otra manera, yo también soy un afortunado: a mí nunca me sobró nada, pero tampoco me faltó un plato de comida ni a mí, ni a mi hermana».

Angelo en plena actividad, ganándose unos mangos haciendo unas changas en su «tallercito» en la puerta de su casa.

Sueña Angelo con poder algún día tener su pequeño emprendimiento para poder hacer algo de plata y ayudar a familias carenciadas. «Sería para empezar a devolver algo de todo lo que me dieron a mí. También poder formar y capacitar a gente de la calle para que tenga sus propias herramientas, como pude formarme yo, gracias a mi viejo… que cuando tenía diez, once años, me dejó agarrar un soldador para hacer arreglitos. Confiaron y me dejaron porque me vieron responsable».

Vuelve a aparecer en su horizonte el viaje de egresados y se le pregunta si le gustaría ponerse de novio. «Hoy lo veo difícil, yo estoy enfocado en el estudio y luego en el trabajo. Creo que sería una pérdida de tiempo para mi actualidad, pero no sé, tampoco tengo experiencia. Lo que veo es que las chicas que conozco están en el touch and go y yo tengo mentalidad antigua, pienso en alguien para enamorarme y ser fiel -se ríe con pudor-. Sé que soy un bicho raro, pero es lo que pienso yo y lo que me gustaría que algún día me pase».

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