El miércoles 5 de marzo la policía volvía a reprimir a los jubilados y las jubiladas cuando quisieron dar su tradicional ronda al Congreso, una herencia del movimiento desde la época de la muy evocada estos días Norma Plá. Ese miércoles habían participado de la manifestación un grupo de hinchas de Chacarita que habían decidido solidarizarse después de ver por la televisión cómo nuevamente la policía le pegaba a Carlos o “Chaca”, uno de los jubilados que se hace presente todos los miércoles. Después de ese día, por los grupos de WhatsApp y las redes sociales comenzaron a girar las convocatorias de distintos grupos de hinchas, especialmente de clubes más ligados a determinados barrios de CABA y del conurbano. Las hinchadas, o mejor dicho, grupos de hinchas, no de barras, fueron la válvula de escape donde se filtró algo profundo que empezó (recién empezó) a pasar por abajo.
¿Qué era eso que estaba circulando? ¿Simples manifestaciones de malestar por las redes sociales? ¿Una convocatoria multitudinaria sin cabeza? ¿Un fenómeno entre futboleros o un proceso más amplio que lo que rodea a la pelota?
El mismo gobierno que vivía vanagloriándose de su manejo de la agenda pública, especialmente en las redes sociales, miraba con desconcierto la convocatoria. Los medios de comunicación, tan basureados por el gobierno como adornados con pauta oficial que compra su línea editorial, buscaron sembrar que se movilizarían las barras de los clubes. Milei ya se había comido la piña de la multitudinaria convocatoria del 1F después de los reaccionarios dichos del presidente en Davos. A continuación, se autogolpeó con la criptoestafa. Un gobierno golpeado y mareado enfrentaba una jornada de movilización con el mismo tema que hirió de muerte al gobierno de Macri: los jubilados. ¿Y ahora qué?
El miércoles 12 comenzó a develarse el misterio: algo nuevo comenzó
Miles de personas llegaban horas antes al congreso para acompañar a los jubilados y las jubiladas. Los grupos de hinchas que venían, llegaban juntos siendo de un mismo club o no. Las camisetas terminaron siendo simplemente un distintivo decorativo, la bronca contra el gobierno y especialmente contra el maltrato descarado a los jubilados era el motor central. Una vez más, un sistema capitalista y una clase política no saben qué hacer con un grupo de gente que tiene el descaro de seguir viviendo.
En medio de tantas turbulencias quizás faltó reflexionar sobre una pregunta ¿Por qué la empatía con los jubilados que desde hace décadas son los primeros en ser ajustados por todos y cada uno de los gobiernos que buscaron ajustar las cuentas fiscales? Porque seamos justos: más allá de la saña de Milei, Alberto modificó desfavorablemente la fórmula jubilatoria, Macri elaboró una reforma previsional ajustadora y Cristina vetó una limitada ley de 82%. En un país sometido por la deuda externa, el asunto “jubilados” es un eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Arriesgamos una respuesta a la pregunta: lejos de ser por empatía con un sector más “débil”, nos jugamos a decir todo lo contrario. Fue por el enorme respeto que fueron ganándose miércoles a miércoles al enfrentar a las fuerzas del Bullrich prácticamente en soledad. Y decimos prácticamente porque obviar el rol de los diputados del FITU y sectores en lucha que se fueron sumando sería una enorme injusticia para con ellos y para con la verdad, algo a lo que recurren algunos medios de comunicación opositores.
El temita ese de los jubilados
En 2017, como sugerimos arriba, también el parteaguas fueron los jubilados, que suscitaron dos enormes movilizaciones con potencial revolucionario. Pero ahí se trataba de una votación de una ley. Acá los jubilados se plantan semana a semana frente a la política de conjunto de Milei, que les pega a ellos sin contemplación alguna.
Entre tanta campaña del miedo, la actitud de lxs jubilados no era novedad. Desde la primera semana en que asumió Milei, con los primeros cacerolazos que se dieron por la noche posteriores a la primera movilización que hicimos desde la izquierda junto a los movimientos sociales el 20 de diciembre (que en su momento fue tildado por sectores del peronismo de “hacerle el juego a la derecha”), fueron las jubiladas de cada barrio las que estaban al frente de cada corte de calle. Eran las que iban a frenar a la policía cuando caía con su patrullero para intentar intimidar. Claro, una generación que tiene amigos y familiares desaparecidos, que se exilió, que vivió el menemismo, que vivió el 2001 y que ahora veía venir un nuevo ataque, sabía con qué bueyes araban. El “subirse a la vereda” era una opción que no iban a comprar.
La empatía era por su aguante, incluso cuando después de la represión de la ley bases y las más de tres decenas de detenidos el miedo se instaló brevemente en varios sectores. En redes sociales los videos de jubiladas desafiantes y temerarias frente a cordones de infantería se viralizaban con sencillez. En un país donde opera un aceitado dispositivo de dirigentes sindicales, políticos y de referentes periodísticos opositores que infunden temor, los jubilados y las jubiladas parecen decir: el que tenga miedo a vivir, mejor que no nazca.
Las rondas de los miércoles fueron clave para cambiar el clima: de la parálisis a la bronca activa
La convocatoria del 12 no llegó a completarse porque el gobierno entendió que sería superado por una movilización multitudinaria que llegaba con bronca acumulada y por ello. quisieron pudrirla antes. Un policía le pegó un palazo en la cabeza a una jubilada en la esquina más filmada de la ciudad; por Rivadavia e Yrigoyen los cordones policiales empezaban con el gas pimienta. La estrategía de Bullrich fue “hacer tronar el escarmiento” pero no se esperaba la voluntad de combate de quienes se habían movilizado. La represión tenía que ser ejemplar, por eso los tiros directo al cuerpo de los gases lacrimógenos dejaron a Pablo Grillo en una situación crítica. La misma táctica que asesinó a Carlos Fuentealba. Pero mientras se retrocedía la gente respondía, organizaba su defensa por las calles y avenidas. Se mostró que el gobierno había perdido el termómetro de la realidad. Y que lo que antes paralizaba, ahora movilizaba.
Además del uso de provocadores, Bullrich decidió intentar usar una cacería de 113 detenidos para marcar la cancha. No alcanzó, por la noche comenzaron los cacerolazos y espontáneamente varios miles marcharon a Casa Rosada. Las detenciones fueron tan truchas que el Poder Judicial decidió largarlos. A Bullrich se le había descontrolado el plan, el malestar que se expresó frente a la Ley Bases había crecido: el gobierno perdió la calle y eso también se reflejaba en las redes sociales. Solo mantenían los servicios de sus medios ensobrados que también recibieron las balas por tan nefasta defensa. Las mentiras descaradas de Bullrich frente al ataque asesino contra Pablo Grillo, solo aumentó la bronca. Cuando el estudio de El mapa de la Policía puso blanco sobre negro lo que había pasado, cómo había pasado y quiénes eran los responsables, hicieron que crezca más aún. La fórmula que a Milei y a Bullrich le funcionaron (pongamos) hasta el 11 de marzo, el 12 dejó de funcionar. Ahí la crisis del gobierno (lo que pasa por arriba) y el hastío popular (lo que pasa por abajo) se entreteje: el gobierno perdió la potencia para arrollar sin miramientos.
¿Sujeto hincha? ¿O trabajadores y jóvenes con camisetas?
Más que el “sujeto hincha” lo que se expresó fue un sector del pueblo anti Milei, con mucho peso del conurbano (por eso Bullrich luego apuntó a las estaciones de tren). A sectores más cercanos a la izquierda se sumaron sectores de esa “zona gris”, cada vez más amplia, entre sectores del peronismo que vienen simpatizando más con la izquierda trotskista, y sectores peronistas que no encontraron ni en sus sindicatos, ni en sus centros de estudiantes, ni en sus organizaciones políticas los canales para movilizarse. No lo encuentran y muchas veces encuentran lo contrario. Muchos opinadores e influencers del ecosistema peronista, en lugar de reclamar mayor decisión a una conducción cómplice, ejercitan sus músculos políticos con el deporte del macartismo.
Pero volvamos a la vida. Un dato no menor, mientras se aguantaba la retirada de la plaza, por esas calles donde se retrocedía, lo que se respiraba no eran solo gases lacrimógenos, era también la alegría y la satisfacción de resistir. En las calles nos reconocíamos. Entre bocanada de gas y gas, también se respiraba el aire fresco de enunciar: a estas porquerías se las puede enfrentar y, quién te dice, se las puede derrotar.
¿Qué iba a pasar el 19?
“Lo cierto es que nadie vuelve indiferente después de haber resistido a la represión de manera colectiva y en nombre de una causa justa” escribía Pablo Solana en una reflexión para retomar.
La bronca no se había ido, el gobierno anunciaba en la voz de Milei que iba a acelerar aún más en su política represiva. La apretada también llegaba a los clubes, desde las dirigencias, y recaía sobre los hinchas con denuncias que tienen más de invento de un gobierno enloquecido que de realidad, pero igual influyó en el ambiente expresado el 12 entre sectores de hinchas.
Era lunes 17 y por WhatsApp no circulaban tantas convocatorias de los clubes. Pero sí llegaban los mensajes de gente que quería ir o que quería volver pero esta vez organizados de alguna manera. También comenzaban las convocatorias, más o menos formales, de algunos sindicatos y centros de estudiantes, a los que a pesar de tener dirigentes momificados, les llegaba el “esto no se aguanta más” que expresan ciertas bases. En el Astillero Río Santiago, que tiene un Curriculum Vitae frondoso en combatividad, se organizaban varios micros. En lugares de trabajo se preguntaba quiénes iban. El gobierno anunció que ese día también trataría el DNU que avalaría el acuerdo del gobierno con el FMI, quería meter todo en una misma jugada.
Por la mañana del miércoles las estaciones de trenes y los noticieros se llenaban de amenazas que eran catalogadas de “nazis” hasta por figuras como Pergolini. Netflix se apoderó de la CABA y parecía el set de filmación de una distopía dictatorial inspirada en 1984 de George Orwell.
Bullrich insistía con que no había nada que revisar en el accionar del miércoles anterior, incluyendo el tiro que rompió la cabeza de Pablo. La amenaza de represión de los carteles se leyeron, y con razón, como una amenaza de fuerte violencia por parte de un operativo con más de dos mil policías, organizados junto a la SIDE y que restringiría el acceso a la zona. A pesar de eso más de veinticinco mil personas llegaron a Congreso y Avenida de Mayo sabiendo a qué podían atenerse y dispuestas a hacerlo. Las amenazas pierden su efecto. El gobierno difundió las imágenes de los drones de la mitad de la Plaza Congreso buscando mostrar que no estaba llena. No podían mostrar las avenidas porque estaban colmadas. Por el medio de la plaza no había gente por un motivo simple, ya estaban pensando cómo acomodarse para enfrentar la represión y el medio de la plaza no es el mejor lugar.
Es verdad que la movilización fue más “ordenada”, pero no fue más masiva porque los “aparatos” “movieron” pero a discreción. Los sindicatos solo movieron algunos cientos de sus “cuerpos orgánicos”. Tampoco sabemos cuánta gente hubiera llegado a la plaza el miércoles anterior si Bullrich no le soltaba el bozal a sus perros antes de que llegara la hora de la convocatoria. Esta vez muchas organizaciones sindicales, estudiantiles, de asambleas barriales, de DDHH y políticas fueron las que canalizaron la movilización pero sus conducciones no lo hicieron con la voluntad y la fuerza como para que vayan cientos de miles. Muchas de ellas piensan con la misma franqueza que lo que dijo el dirigente de la CGT Héctor Daer: hay que comerse los golpes 3 años más y volver a votar al peronismo en 2027. Grabois opina exactamente lo mismo que Daer, aunque lo diga copiando las formas semánticas de Milei: agua, ajo y votar al peronismo. Al mismo peronismo que allanó el triunfo de Milei, para colmo.
Un cambio de escenario el 19M
El gobierno mostró su límite. Más allá de lo retórico y lo estético, cambió de táctica. No quiso enfrentar a los policías nuevamente con la manifestación. Consideraron demasiado peligroso repetir su actuación. Vallaron toda la zona y lo hicieron sin dejar ninguna valla suelta (un uso y costumbre habitual). Tenía una jugada importante dentro del Congreso y buscaban la aprobación de un DNU que nos endeuda aún más con el FMI sin saber ni cuánto ni cómo ni por cuánto tiempo. Lo lograron, aunque a un costo muy alto de desnudar más las debilidades que lo corroen, incluso internamente, como se vio en el cruce entre la diputada libertaria Marcela Pagano y Martín Menem.
En la calle no había señal de teléfono, los rumores de la votación se pasaban boca en boca. Tirar abajo ese acuerdo tampoco era el objetivo central de la mayoría de los movilizados. Un límite del movimiento que surgió. Se daba por aprobado por descarte de ese Congreso lleno de “pelucas”, diputados radicales, macristas y peronistas cómplices.
Al momento de la desconcentración la sensación era de satisfacción. Inesperada, extraña, pero satisfacción al fin. Si bien no se pudo movilizar por la existencia del corralito, con la presencia en la calle se había desafiado al gobierno. Muchos, además, fueron preparados para recibir ataques del gobierno pero este no quiso redoblar el combate. Priorizó el triunfo dentro de Diputados y no seguir echando nafta al incendio que había iniciado con la represión. La movilización mostró voluntad de no dejarse amedrentar, un dato importante luego de la represión de la Ley Bases. En aquel entonces, luego de ese combate hubo cierto reflujo. Esta vez los movilizados respondieron distinto: como el malvado Saruman en El Señor de los Anillos, parecían decir desafiantes: tu no tienes poder aquí. La bronca tampoco llegó a desbordar las vallas policiales que la separaban de ese Congreso. En un sentido, como en el TEG, cada jugador acumuló sus fichas y pasó el turno.
¡Una vez más!: espontaneidad y organización
La espontaneidad del 12M mostró que vamos en el camino en el que, como diría el escritor John Steinbeck: “en las almas de las personas la uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia”.
El 19 mostró que muchos sectores vuelven a buscar en sus formas de organización “tradicionales” los lugares donde reagruparse, para expresar la bronca que expresaron espontáneamente, como hinchas, el 12. En el 2024 comenzaron a resurgir sujetos “clásicos” como el movimiento estudiantil y también el gran peso social del movimiento obrero, que se hizo notar en los paros generales a pesar de que la conducciones sindicales del peronismo lo mostraran solo en forma de paros domingueros y movilizaciones pactadas para retirarse a la hora que el gobierno les pedía.
Pablo Solana reflexiona sobre los combates del 12M y plantea que “las organizaciones sociales y políticas tienen un rol estratégico, pero lo cierto es que en esta coyuntura no son esos espacios los que dinamizan la resistencia” y que “por eso, además de seguir construyendo esas masividades, será fundamental buscar lo disruptivo, buscar sorprender al enemigo por donde no lo espera, buscar golpear donde más le duela y donde se lo pueda hacer trastabillar”.
Compartiendo el objetivo de cómo golpear donde más duela, nos permitimos pensarlo desde otra perspectiva: mezclar el peso de la espontaneidad que Pablo reivindica y nosotros también, con la organización de sindicatos, centros y movimientos sociales, es lo más disruptivo y lo que más duele. La explosividad que puede haberle restado a la movilización es una parte de un movimiento que aún no terminó.
De la explosión del 2001 a la parálisis y la estatización. ¿Y ahora?
Venimos de dos décadas donde post 2001 el peronismo logró la institucionalización y la estatización de la enorme mayoría de las organizaciones sociales, de gran parte del sindicalismo de base que surgió en los años posteriores que se fuera plegando a las conducciones sindicales enquistadas en sus sillones. Logró, además, ministerializar a un sector importante del movimiento de mujeres. Compartió con la UCR la tarea de prácticamente liquidar los centros de estudiantes como instituciones de organización casi en la totalidad del país, con viejas agrupaciones kirchneristas de izquierda mimetizadas con el rol de la Franja Morada.
Esa institucionalización, analizada por compañeros de otras tradiciones como Diego Sztulwark, no mató a las formas de organización tradicionales, pero las dejó bastante bobas. Y esto ha quedado demostrado en estos quince meses de gobierno de Milei. Las respuestas más auspiciosas no han sido de organizaciones “tradicionales”, aunque hubo paros docentes en varias provincias, paros aceiteros, etc. Pero muchos hitos de la resistencia han surgido de la autoactividad de la vanguardia y sectores de masas: el renacer de las asambleas barriales, las asambleas estudiantiles que tomaron 100 facultades durante el conflicto universitario e hicieron Interfacultades, las asambleas unitarias en sectores donde hubo despidos y también hubo voluntad de lucha, como en el Hospital Bonaparte, la asamblea LGTBQI+ de Parque Lezama que dio lugar a la enorme movilización del 1F; las mismas autoconvocatorias de los jubilados. Que la movilización del 12 de marzo se diera con las hinchadas es el ejemplo extremo de esto: trabajadores, jóvenes precarios o trabajadores desocupados que se movilizan como hinchas porque ninguna “orga” los convoca.
Pero esos mismos movimientos han convivido con la necesidad de recuperar las organizaciones “tradicionales”. Cuanto más poderoso es el auge espontáneo de las masas, más se hace necesario el desarrollo de los elementos conscientes: algo así escribió Matías Maiello en su último libro De la movilización a la revolución, retomando a Lenin.
Quizás la mayor intranquilidad del poder y la mayor sorpresa sería que esa autoorganización en barrios, lugares de trabajo y estudio lograra comenzar a sacudir y disputar las comisiones internas, los sindicatos y los centros de estudiantes para hacerlos herramientas de lucha y organización democrática y no sellos paralizantes como muchas veces son.
Paro general. ¿Qué paro general?
Cuando en la lucha se canta por el “paro general”, no es una chicana tuitera, como le dijo condescendientemente Pedro Rosemblat a Héctor Daer: es la bronca espontánea reclamando organización y lucha. Se escucha un reclamo no por un nuevo paro dominguero sino de hacer sentir el peso de la clase trabajadora que mediante sus organizaciones puede discutir qué se mueve y qué no se mueve en el país.
Que la CGT haya tenido que volver a convocar un paro muestra que también se sienten no solo cuestionados sino que algo puede empezar a hacerles perder el control por abajo. ¿Qué pasará cuando los ejemplos de autoorganización no se queden solo en algunos sectores sino que comiencen a picar en los lugares de trabajo? ¿Y si se combina con la radicalidad bien vista de las movilizaciones más espontáneas? ¿Y si los jóvenes y las jóvenes movilizados contra la misoginia y la homofobia se plantan para que las organizaciones estudiantiles organicen sus odios y reclamos? La espontaneidad y las organizaciones no son y menos deberían ser dos caminos paralelos sino vitalidades que se crucen y se nutren. Esto tiene una importancia estratégica, de largo plazo, pero también táctica: el paro del 10 de abril no debería ser el paro que quiere Daer, un desfile gris y anodino de silencio. Debería ser una manifestación de ruido y combatividad, donde los fierros de las organizaciones sindicales se crucen con piquetes, cortes, acciones de estudiantes, jóvenes, diversidades, que disputen el espacio público y rompan la rutina, que desafíen a un gobierno que tambalea y que incomode al triste electoralismo de los que piden esperar para votar bien, mientras los jubilados comen dos veces al día y donde el FMI convierte en una feria de saldos a Argentina, con la anuencia de todos los partidos excepto la izquierda.
Y hablemos de política
No se trata solo de que en las calles encontremos la manera de sorprender al gobierno, se trata también de que esos sectores de vanguardia tengan llegada a los millones que los ven con simpatía en sus lugares de trabajo, de estudio, en sus barrios. Que los alienten, que encuentren en ellos apoyo a sus acciones. Que los que dieron un paso antes, incentiven a los otros que miran con bronca pero, aún, con miedo. En las explosiones chilenas hubo, gracias al rol del Partido Comunista y de los sectores enrolados con Boric, un tiempo muy distinto entre la juventud más explosiva y los trabajadores más organizados. Con toda la tradición combativa que existe en Argentina, hay que procurar sacudir las organizaciones con la fuerza que se esbozó, y solo se esbozó, el 12M.
Y eso para nosotros, para la izquierda, implica también una reflexión urgente. El haber estado, con humildad, desde el primer día en la calle, ha ganado a nuestros referentes, empezando por Myriam Bregman y Nico del Caño, una reivindicación destacada. Pero no solo a ellos, creemos, sino también a referentes jubilados, estudiantiles, mujeres, trans y a la militancia en general. Eso se percibe en la calle, en el apoyo en redes, en el respeto a nuestros parlamentarios. Eso no lo decimos en forma de regodeo sino de tarea: es nuestra responsabilidad convertir eso en organización política, en una izquierda muy fuerte, con jóvenes combativos, jubilados que se la bancan, pero también con agrupaciones que disputen y que tengan peso para lograr que organizaciones obreras y estudiantiles hagan lo que las conducciones evitan hacer: organizar y luchar. Porque en esos lugares hace falta una orientación decidida y democrática. Y porque en la grave y acuciante crisis que cruza al país, frente a la política de entrega y ataque que expresa Milei, y frente a la parálisis de una oposiciòn que también considera que subordinarse al FMI y joder a los jubilados es un “mal necesario”, debe haber una fuerza política que exprese que la única forma de salir del atolladero, es resolver las grandes necesidades populares sobre la base de afectar la fiesta de los que nos trajeron hasta acá, los grandes capitalistas. Una fuerza socialista y anticapitalista no solo “está bien”, sino que es una necesidad. Y el PTS debe crecer en fuerza e influencia por ello mismo. Pero eso lo dejamos para otro artículo.
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Octavio Crivaro
@OctavioCrivaro
Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.
Patricio del Corro
@Patriciodc
Sociólogo, dirigente nacional del PTS y legislador MC de CABA por el FIT-U