Una de las grandes promesas de las células madre son una serie de terapias -todavía no disponibles- contra enfermedades que no tienen cura o cuyos tratamientos les corren de atrás a los síntomas, como pasa con las neurodegenerativas. En un inmenso paso adelante, la revista Nature publicó este jueves no uno sino dos papers que comunican una gran noticia ligada al potencial de estas células para tratar una de esas patologías: el Parkinson.
Son trabajos diferentes, pero confirman más o menos lo mismo: nada menos que la información que los especialistas en Parkinson precisarán a futuro cuando busquen garantías sobre la seguridad de los pacientes que quieran incursionar en estos nuevos tratamientos.
Ahora bien, ¿qué son las células madre y cómo podrían servir para una enfermedad como el Parkinson? Para arrancar, existen en nuestro cuerpo y las tenemos en distintos niveles de cantidad, según el tejido y el momento de la vida. No son todas iguales, pero se caracterizan por un aspecto inigualable, que es no tener asignada ninguna función a cumplir. O sea, no son células de la piel, ni del hígado, ni son miocardiocitos (del corazón) ni tampoco, células del cerebro (neuronas). Son células madre y hace años los científicos aprendieron cómo direccionarlas (o “convencerlas”, podríamos decir) para cumplir una u otra función.
Algunas células madre (por ejemplo las de los embriones) tienen un potencial grande pero no pleno. Pueden cumplir muchas funciones; no todas, como sí ocurre con las mucho más novedosas células madre pluripotentes inducidas (IPS o IPSC, por la sigla en inglés), capaces de ser «convencidas» para cumplir cualquier rol en cualquier tejido del organismo.
La gran maravilla de las IPS (“creadas”, podría decirse, por el japonés Shinya Yamanaka en 2006) es que son diseñadas en el laboratorio a partir de células comunes. In vitro, se las despoja de su función original (por ejemplo, ser células de la piel) y se las resetea a cero, volviéndolas a su estado primigenio, sin una función asignada. Una hoja en blanco con potencial pleno, que luego podrá ser redireccionada, a gusto del investigador.
¿Adónde va toda esta explicación? Sumemos otro dato importante: las neuronas son células que no se regeneran. Cuando una muere, no nace ninguna en su lugar. Ahora bien,¿qué tal si uno pudiera reponer las neuronas fallidas que causan enfermedades neurodegenerativas -como el Parkinson o, mismo, el Alzheimer- a partir de células madre? ¿Y qué tal si esa “reposición” pudiera tener la forma de, por ejemplo, una suerte de medicamento biológico, o si se pudieran “meter” en el cerebro del paciente enfermo? Es atemorizante y vertiginoso, pero así es.
Células madre: del laboratorio a los pacientes
En uno de los dos papers, expertos estadounidenses partieron de células madre embrionarias. En el otro, fue un equipo japonés el que estuvo a cargo y utilizó células madre reprogramadas, o IPS.
Vale la pena recuperar una enseñanza de la pandemia, que es eso de las fases de investigación clínica. Cuando un fármaco se prueba in vitro, el análisis se limita a la mesada de laboratorio. Cuando, en cambio, se inicia la llamada “fase preclínica”, las pruebas se hacen en organismos vivos, muchas veces, ratones modificados genéticamente para parecerse en alguna medida a humanos.
Pero la cosa realmente empieza a tomar otro color cuando empieza la fase 1, la primera con pacientes. A diferencia de la 2 y la 3, en esta etapa no se puede comprometer más que un puñado de candidatos. No sería ético hacerlo porque se busca poner blanco sobre negro en un aspecto delicadísimo: la seguridad a la que están sujetos los pacientes que reciben el tratamiento en desarrollo.
Los dos equipos de investigadores partieron de lugares distintos (unos, de células madre embrionarias; los otros, de células IPS), pero llegaron a un punto parecido. Y es, para decirlo sin vueltas, que inyectar células madre transformadas en neuronas adentro de la cabeza de humanos no causa, en principio, efectos adversos severos. Es una práctica considerada segura.
Células madre: del idilio a la realidad
Semejante certeza implica que se logró dominar -por lo menos para esta práctica puntual contra el Parkinson- el que todavía es uno de los mayores escollos en el campo de los injertos con células madre. Y es que los tejidos a veces terminan creciendo por su cuenta, con potencial tumoral, un tema que se hizo público del peor modo: los casos de prácticas fraudulentas con células madre que se llevaron a cabo en distintos países (incluyendo la Argentina).
Ante este terreno fangoso, cobran especial importancia los trabajos publicados este jueves. No sólo porque son un resultado muy esperado luego de años de investigación sino porque “se publican, tras la revisión por pares científicos”, destacó Fernando Pitossi, uno de los expertos locales en esta área más reconocidos internacionalmente. Es bioquímico, doctor en Ciencias Biológicas e investigador Superior del Conicet en el “Laboratorio de terapias regenerativas y protectoras del Sistema Nervioso Central” (que dirige), dependiente de la Fundación Instituto Leloir.
Para Pitossi, el mérito de estos trabajos es incuestionable: «Está en la seguridad del tratamiento. Siendo la primera vez que se reporta la administración de estas células derivadas de células madre en el cerebro, es un gran paso”.
Las personas con Parkinson producen poca dopamina, una sustancia química que tiene una doble función en el cuerpo. Es tanto una hormona clave en la regulación de distintas funciones vitales, como un importante neurotransmisor, cuya función abarca campos bien diversos: desde la memoria y todo lo que tiene que ver con la motivación y los placeres hasta el movimiento. Como el Parkinson genera -de manera progresiva- la muerte de las neuronas que producen dopamina, la rigidez corporal y la falta de memoria se volvieron rasgos característicos de la enfermedad. La medicación que repone, en parte, las sustancias faltantes tiende a estabilizar el deterioro pero no genera una mejoría.
En un intento por superar las terapias actuales, el tratamiento propuesto en los dos papers es considerado muy relevante y poco invasivo, aun cuando “las células se administran por cirugía esterotáxica en el cerebro”, explicó Pitossi, en alusión a la técnica que permite llegar a zonas profundas de la cabeza, con un alto nivel de precisión. Ahora bien, ¿funcionó contra el Parkinson?
Pitossi se refirió al paper japonés, en parte porque utilizó las famosas células IPS (área de expertise de este científico argentino), pero también porque se enmarca en una investigación mayor que en paralelo viene avanzando con las fases 2 y 3, luego de haber obtenido la autorización de la FDA en enero pasado (organismo que, desde ya, revisó los datos de fase 1, entonces a punto de publicarse).
Pero Pitossi se mantuvo cauteloso en su análisis: “Las mejoras del estudio son promisorias pero no concluyentes. Primero porque el número de pacientes es bajo y la eficacia no era parte del estudio. También porque los pacientes seguían con su medicación y porque, como no hay un grupo control, no se puede descartar un efecto placebo”.
Datos preliminares de eficacia
Sin embargo, los equipos de investigación de Estados Unidos y Japón se sienten con viento en popa. El japonés es un trabajo iniciado en 2018, que enroló a siete pacientes de la Universidad-Hospital de Kyoto, de entre 59 y 69 años. Luego de seguirlos durante dos años, los autores informan que no sólo demostraron “la seguridad en términos de tumorigenicidad, toxicidad y biodistribución”, sino que haber administrado lo que ellos llaman “precursores dopaminérgicos” en forma bilateral dio buenas noticias en materia de eficacia.
Tras evaluar cualquier cambio en los síntomas motores y en la producción de dopamina durante 24 meses, de seis pacientes sometidos a la evaluación de eficacia, hubo mejoras de distinto grado en hasta cinco de ellos.
Airosos, concluyen: “Este ensayo demostró que los progenitores dopaminérgicos derivados de células iPS alogénicas sobrevivieron, produjeron dopamina y no formaron tumores, lo que sugiere seguridad y posibles beneficios clínicos para la enfermedad de Parkinson”.
Los japoneses justificaron su trabajo recordando la carga que esta enfermedad neurodegenerativa tiene en los mayores de 60 años. Por cierto, los casos están en alza y se espera que para 2030 haya 12 millones de personas con Parkinson. Por su parte, el equipo estadounidense resaltó la carga económica que representa el Parkinson en los sistemas de salud. Un punto nada menor, si uno recuerda que los países como Argentina se verán en un aprieto a la hora de ponderar ese gasto, como parte de la evaluación de costo-efectividad que tendrán estos tratamientos.
Los investigadores de la Universidad de California que trabajaron con células madre embrionarias reclutaron a 12 pacientes. Los separaron en dos grupos. Para el lector de a pie, estas cifras sorprenderán, pero unos recibieron 0,9 millones de células. Los otros, nada menos que 2,7 millones. Estuvieron inmunosuprimidos un año y los autores aseguran que “el ensayo alcanzó sus objetivos principales de seguridad y tolerabilidad un año después del trasplante, sin eventos adversos relacionados con el producto celular”.
En cuanto a “los resultados clínicos secundarios y exploratorios, mostraron mejoría o estabilidad” de distinto grado, aseguran, y remarcan: “Estos datos demuestran la seguridad y respaldan futuros estudios clínicos definitivos”.
Células madre en Argentina
Es fácil esperanzar de más, de modo que Clarín le pidió a Pitossi una mirada realista, en dos sentidos. El primero, relativo a los tiempos: cuánto falta para que los pacientes con Parkinson puedan realmente tratarse con esta tecnología.
“Es difícil decir”, reconoció Pitossi, y explicó: “Hay tres estudios más en curso y otros siete que se empezarían este año, así que se esperan ver muchos resultados en los próximos 3 a 5 años. El estudio de Estados Unidos pasó a fase 3 con 102 pacientes y un análisis a los 18 meses, así que para dentro de 5 años, quizás haya novedades”.
El segundo, quizás un tema clave, fue la accesibilidad. Hasta qué punto en un país como la Argentina, el devaluado sistema de salud podrá afrontar estos tratamientos costosos. Según Pitossi, “la forma de hacer accesible estos tratamientos, como siempre, es que haya producción local de estas células. Faltaría desarrollar la tecnología de grado clínico – algo que se complica con el desfinanciamiento actual de la ciencia-, pero el know-how médico y científico está”.
PS