jueves, 7 agosto, 2025
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La promesa imposible de Javier Milei: dejar de insultar

La promesa, típica de campaña, tomó por sorpresa a quienes escucharon exponer a Javier Milei en el evento de la Fundación Faro al que lo invitaron el lunes por la noche en Puerto Madero. Allí, en medio de los aplausos de sus fieles, dijo que dejaría de insultar a todo el mundo. Que, si bien lo molestaba esa “dictadura de las formas” que lo señalaba por sus constantes exabruptos, finalmente haría caso del consejo y dejaría de lado las palabrotas dedicadas a sus críticos y adversarios, para “ver si están en condiciones de debatir ideas”.

Ante el asombro generalizado, insistió: “Vamos a usar las formas que les gustan para dejar en evidencia que son una cáscara vacía”.

¿En serio el Presidente más malhablado de la historia dejaría de insultar?

Pues no. El hechizo duró un suspiro.

En el mismo discurso, apenas minutos después, llamó “inútil esférico” a Axel Kicillof, en una diatriba más bien hermética. No era “cucaracha”, “rata”, “ensobrado”, “mandril” o “basura humana”, pero se trataba de un insulto al fin.

Antes de la promesa, en el mismo acto, el Presidente había hablado de “empresaurios”, “sindigarcas”, “perisobres”, “parásitos mentales” y “zombis”, entre otros improperios. Hasta que de pronto, oh, recapacitó y prometió lo imposible.

¿En serio alguien cree que Milei dejará de lado los modos que lo llevaron a ser lo que hoy es, el Presidente? Para quienes tienen esa expectativa, aquí va un pequeño recordatorio: un reciente trabajo de la consultora Ad Hoc demostró que el líder de La Libertad Avanza es el argentino no troll (es decir, no anónimo) que más insulta en redes sociales. Registró 1589 agravios entre enero de 2023 y junio de este año, lo cual lo coloca en la cima. Otra estadística incómoda: según una encuesta de Monitor Nacional, el 73 por ciento de los consultados rechaza los insultos de Milei y lo considera un personaje violento.

Podría hablarse de su difícil infancia, de los golpes que le propinaba su padre o del bullying en la escuela, todos factores que contribuyen a constituir una personalidad tan compleja y disruptiva como la suya. Pero son, en última instancia, atenuantes que no disimulan el problema de fondo, el de un gobernante incapaz de controlar sus impulsos.

Se sabe que en el pasado Milei se hizo fama con su lengua tóxica en los programas de TV de la tarde, donde predomina la palabra del panelista que grita más fuerte. Pero usarr el mismo estilo soez desde el cargo más alto del poder parece una irresponsabilidad. Porque la violencia que se ejerce desde arriba termina filtrándose al resto de la sociedad.

Milei descalifica sistemáticamente a los que no piensan como él, los califica de “ratas”, “mandriles”, “parásitos”, “degenerados”, “hijos de puta” y un largo etcétera. Se volvió algo tan cotidiano que el resto de los actores sociales y políticos de la Argentina ya parecen haberlo naturalizado y aceptado. Cuando en privado alguien se lo cuestiona, el Presidente solo responde con este argumento infantil: “Pero yo soy así”.

El ex alcalde Horacio Rodríguez Larreta se tomó el trabajo de contabilizar los exabruptos de Milei -solamente los de sus redes- durante su primer año de gestión: en 365 días había proferido 2.173 insultos, o sea, seis por jornada. El vocero Manuel Adorni contestó que su análisis era “absolutamente intrascendente”.

Naturalizar la violencia de las palabras es la forma más directa para que termine materializándose en los hechos.

¡Mandriles!

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