“Werther me parece que es una persona con problemas, a mí no me genera empatía su malestar. Pero gracias a eso puedo trabajarlo”, dice el director Rubén Szuchmacher, a cargo de la puesta de la ópera de Jules Massenet que vuelve después de diez años al escenario del Teatro Colón con una nueva producción y dos grandes elencos bajo la dirección musical de Ramón Tebar.
“No me confundo con Werther, porque recuerdo mi propia historia, y tener mal de amores no es lo mejor que te puede pasar en la vida. A pesar de que es una experiencia necesaria para cualquiera, y cuando salís de ese infierno aprendés algo”, reflexionó el régisseur en su camarín durante un descanso en medio de los exigentes ensayos.
“Werther no es un personaje que tenga contradicciones, ama y desbarranca. Y a partir de ahí es piñón fijo. Charlotte es más interesante, porque está cruzada por contradicciones: el mandato, las cosas que le pasan con este muchacho, que lo trata de parar pero se da cuenta que no puede y la situación no va a terminar bien. No sabe cómo decidir, no tiene la libertad para hacerlo porque está entre el mandato materno y la ley, habiéndose casado, y descubre que su pasión está en otro lado”, dice.
Así como en el presente “el fin del amor” condensa una época donde el amor ya no es un absoluto romántico, sino una experiencia marcada por la fragilidad, la temporalidad y la lógica del consumo, historias como Las desventuras del joven Werther que Goethe escribió en 1774, definió toda una época con su revelación de que el amor podía ser absoluto, devastador, y que en su imposibilidad se hallaba también su grandeza. La novela de Goethe contaba entre sus admiradores a Napoleón Bonaparte y Mary Shelley, que se esmeró en crear en su novela al monstruo de Frankenstein.
En Werther se funde la experiencia íntima y la mitología de una generación atravesada por el Sturm und drang, movimiento alemán inicialmente literario, rápidamente adoptado también por otros artistas y músicos. Sus integrantes sostenían que las emociones intensas, más que la razón intelectual, debían ser la fuerza impulsora de la obra artística.
Werther, joven impulsivo, llora con frecuencia por un amor no correspondido en las más de cien páginas que desarrollan su historia.
El romanticismo tardío
Más de un siglo después, Jules Massenet, el último representante de la ópera romántica francesa, tradujo esa pasión en música. Su ópera Werther (1892), con libreto de Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann, aparece como consagración tardía del Romanticismo.
Mientras que Goethe introdujo a sus lectores en la mente febril de Werther, Massenet y sus libretistas suman caracterizaciones completas de Charlotte, su esposo Albert, y una sociedad en la que las pasiones de los protagonistas chocan con la convención y el honor.
“Descubrí en la obra algo que sirvió mucho para trabajar con los cantantes -señala Szuchmacher-: poner orden respecto del concepto de amor y el concepto de pasión. Porque es una lucha entre el amor y la pasión. Charlotte lo ama a Albert, pero la pasión la tiene con Werther. Nada indica en el libreto que ella esté mal con Albert, lo ama pero no está apasionada. Esa distancia entre el amor y la pasión me parece que fue un motor importante en el trabajo para entender las contradicciones. Y, en ese sentido, las contradicciones las padece ella, no él. Él ama y sufre. Punto”.
En la era actual de las apps de citas, el poliamor, vínculos fluidos, fragmentación afectiva -y unas cuantas cosas más-, Werther es fácilmente parodiable por su comportamiento extremo. Sin embargo, continúa despertando interés, aunque la historia de un joven que se inmola por no poder amar a la mujer que idealiza aparezca como reliquia romántica.
“Creo que el atractivo de Werther tiene que ver con que la música es muy bella. Se justifica por ahí y no tanto por lo temático. La obra tiene un enorme problema: lo que escribió Goethe fue a finales del siglo XVIII, y Massenet tomó el libro para su ópera al final del siglo XIX, cuando ya estaban discutiendo el divorcio”, puntualiza Szuchmacher.
Goethe y Massenet dejaron el monumento de un amor que fue ideal y absoluto. Hoy esa historia resulta anacrónica.
“Es un lío -agrega el director en su camarín del Teatro Colón-, porque la obra que le sale a Massenet también tiene algo de anacrónico en relación al romanticismo de su época. Tengo la sensación de que la relación con el Werther de Goethe es forzada, hay un siglo en el medio. Y ese siglo no le permite al compositor exponer ese romanticismo. Lo que Goethe dice sobre morir de amor, por ejemplo, en la ópera es más raro: Werther se pega un tiro. Y, seguramente, los espectadores pensarían ‘Ah, y, sí, es un poquito pasado, un poquito intenso’. Pero la música, insisto, es muy hermosa”.
Massenet y su Werther: ¿demasiado deprimente para París?
Massenet presentó la partitura de Werther a Léon Carvalho, en aquel entonces director de la Opéra-Comique de París, pero la rechazó con el calificativo «demasiado deprimente».
Finalmente, el estreno tuvo lugar en Viena el 16 de febrero de 1892, el crítico austriaco Eduard Hanslick, tal vez el más influyente del siglo XIX, escribió después del estreno sobre la música de la ópera en un artículo publicado en el Neue freie Presse:
“En la obra de Massenet, el trabajo fundamental de la orquesta no es quizá tan artístico como en la de Wagner, pero en cambio es más flexible, más natural y más inteligible. No impone al oído el duro trabajo de desenredar continuamente los hilos de un espeso tejido de melodías cuyos inextricables zigzags se cruzan y enredan sin cesar. Massenet maneja este tipo de pasajes con infinita habilidad”
Desafíos de la puesta
Werther es una ópera más interior que exterior, un drama de silencios, cartas y sentimientos reprimidos y presenta más de un desafío para su puesta en escena. El desafío para directores y escenógrafos es cómo teatralizar lo invisible: el conflicto moral de Charlotte, la obsesión de Werther, la poesía del paisaje y de las estaciones, todo sin caer en el exceso sentimental ni en el tedio estático. Cada acto está dominado por una atmósfera estacional (primavera, verano, otoño, invierno), reflejada en la orquesta: la naturaleza como espejo del alma.
Massenet exige un flujo musical continuo, con climas muy delicados. La escena no puede “interrumpir” con cambios bruscos o distracciones visuales. La puesta debe encontrar un ritmo visual paralelo al musical: pausado, respirado, con densidad atmosférica.
En tiempos con una marcada tendencia donde lo visual compite con los sonoro en las puestas recientes, Szuchmacher apuesta por el despojo. Así como la palabra organiza los sentidos en el teatro de texto, al director le gusta que la música sea la que organice los sentidos en la ópera.
“Los materiales son todos teatrales, no hay ninguna proyección, y la luz es luz. Intenté una escena lo más pulida posible, un lugar figurativo pero mínimo, que tuviera la menor información para que los sentidos estén muy ocupados en escuchar. Desde el punto de vista de la concepción dramática, es una obra de cámara, la mayoría son solos, dúos, y algún trío por ahí. El coro de seis niños es la única escena donde hay más gente. Es una obra muy pequeña en términos gramaticales, pero enorme en términos musicales”.
Una estética de sencillez: del pueblo de los años ’30 a las resonancias de Manuel Puig
En la propuesta de Szuchmacher, la acción se traslada a los años ‘. “Es una época tranquila, en términos visuales y en cuanto al vestuario. No hay hombrera, tacos, es como muy liviano todo. Además, no es una obra aristocrática”, puntualiza el director.
Y agrega: “Sucede en un pueblo, donde nadie es demasiado importante. Es como una especie de burguesía de pueblo. En las obras suelo trabajar con un texto con el que diálogo, en este caso fue la novela epistolar Boquitas pintadas (1969), de Manuel Puig. Si bien la novela de Puig se desarrolla más adelante, hay algo de esa cosa simple y sencilla de pueblo. Pero ero no voy a ser tan grosero de poner a alguien tomando mate. No hago esas cosas”.
Ayer y hoy: sutileza en tiempos de trazo grueso
Werther llega en un fin de siglo marcado por el wagnerismo, el decadentismo y la sensibilidad burguesa de la Belle Époque.
En la Francia de fin de siglo, Massenet era el compositor francés más prestigioso de su tiempo junto con Gounod y Debussy asomando. El ambiente musical en Francia oscilaba entre el lirismo melódico, heredero de Gounod y Bizet, y las nuevas búsquedas impresionistas. Europa entera estaba marcada por la influencia de Wagner. Massenet, sin ser un wagneriano militante, absorbe recursos como el uso recurrente de leitmotivs y la orquestación cromática, pero los combina con el refinamiento francés y la transparencia de la opéra lyrique.
Hacia 1890, Goethe ya era canon europeo, pero el tema romántico del suicidio por amor había adquirido un aura casi decadente, vinculada a la sensibilidad fin-de-siècle, marcada por el gusto por lo melancólico y lo íntimo. En plena época de la Belle Époque, Werther conecta con un público fascinado por la psicología de las pasiones, la interioridad y lo “enfermo de amor”.
La burguesía urbana era la gran consumidora de ópera: Werther les ofrecía un espejo íntimo y refinado, distinto de la grandilocuencia histórica de la grand opéra.
“La cultura, por lo menos la operística, hoy se transformó en un lugar de trazo grueso”, sostiene Szuchmacher. “En una obra que podría ser un campeonato de voces, de vocalidades -el pobre Werther se canta todo, por momentos más que Sigfrido- elijo trabajar sobre la sutileza, como gesto político”.
Dos elencos estelares y experiencias diversas
La producción del Colón cuenta con dos elencos, el primero encabezado por el tenor francés Jean-François Borras y la mezzo italiana Annalisa Stroppa; el segundo, por el mexicano Arturo Chacón-Cruz y la chilena María Luisa Merino Ronda.
“El trabajo con los dos elencos fue maravilloso y diverso”, cuenta Szuchmacher. “Fue un enorme placer trabajar con ellos. Sobre todo, en el caso de Borras y Arturo, ambos cantaron muchas veces en puestas muy distintas el papel. Y a mí no me había pasado mucho esto de trabajar con cantantes que hubieran cantado mucho su rol. Borras hizo siete versiones diferentes de Werther y reemplazó en una oportunidad a Kaufmann en el MET».
Y continúa: «En el caso de Arturo, esta es la octava vez que encarna el personaje. Y, claro, Annalisa y María Luisa, que debuta en el rol, son maravillosas y tienen una enorme musicalidad. También los comprimarios (los que interpretan los segundos papeles o papeles de reparto). Para mí fue una experiencia de muchísimo aprendizaje, porque tomé mucho de lo que ellos me podían brindar, no traté de imponerles algo sino de ir construyendo juntos. Fue un trabajo muy intenso”.
La tragedia de Werther hoy
Si quisiéramos imaginar un Werther contemporáneo, su tragedia no sería el suicidio por amor imposible, sino la imposibilidad de creer en el amor. Sería un personaje desgarrado entre la saturación de opciones y la incapacidad de comprometerse con una sola. En lugar de cartas febriles, escribiría mensajes que se pierden en el flujo interminable de chats. Su agonía no estaría en un disparo final, sino en la lenta erosión de la pasión por la lógica del zapping emocional.
“Creo que hay una especie de célula romántica en el cerebro que todavía permanece”, dice Szuchmacher.
“La gente sigue teniendo ganas de estar con otras personas, sigue teniendo sentimientos amorosos con las personas. El amor existe, el amor de las parejas, el amor entre pares, es un amor posible y no dejó de existir. Quizás lo que desaparecieron fueron las formas de representación. No es que haya una esencia amorosa, pero hay algo que tiene que ver con el deseo físico de la cercanía que está en la especie”, concluye.
Ficha
Werther
Música: Jules Massenet Libreto: Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann Basada: en la novela epistolar Las penas del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe Dirección musical: Ramón Tebar: Dirección de escena: Rubén Szuchmacher Diseño de escenografía y vestuario: Jorge Ferrari Iluminación: Gonzalo Córdova Coreografía: Mariana Svartzman
Elenco principal: Jean-François Borras y Arturo Chacón-Cruz (Werther), Annalisa Stroppa y María Luisa Merino Ronda (Charlotte); Jaquelina Livieri y Constanza Díaz Falú (Sophie); Alfonso Mujica y Sebastián Angulegui (Albert).
Fechas: domingo 24 y 31 de agosto a las 17; martes 26, miércoles 27, jueves 28 y viernes 29 de agosto a las 20; y martes 2 y miércoles 3 de septiembre a las 20 (esta última función será exclusiva para menores de 30 años) Lugar: Teatro Colón
La ópera Werther tendrá una función exclusiva para menores de 30 años como parte de sus nuevas políticas de desarrollo de audiencias.
La función se realizará el miércoles 3 de septiembre a las 20, con entradas a un valor único de $30.000 por localidad. Será imprescindible presentar DNI junto con la entrada al momento del ingreso. Las localidades ya se pueden adquirir en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 de lunes a sábado de 9 a 20 y los domingos de 9 a 17.