Un tipo que tiene demasiada cámara encima. Por una cuestión de edad, probablemente el que más junto a Mirtha Legrand. Hablamos de alguien que fue, en 1960, la primera contratación de Alejandro Romay en LS 83 TV Canal 9. Para una inmensa mayoría, toda una vida sabiendo de Silvio Soldán.
Optimista irredento, este señor de 90 años sigue escaneando las bondades de la popularidad en eventos donde pone en juego su personaje y los latiguillos que los hicieron famoso el siglo pasado. De sus muy enteros 90, sesenta relacionados al trabajo en medios de comunicación. Silvio Soldán estuvo más de 20 años al frente de dos programas insignia: Grandes Valores y Feliz Domingo. Su voz resulta inconfundible. Ahora cuenta que sólo visita la televisión en calidad de invitado. Lo llamaron para ser panelista, pero él -ubicado siempre en las antípodas de cualquier atisbo de provocación- declinó agradeciendo como el caballero que es.
Traspasar el personaje debe ser dificilísimo, incluso para sus más cercanos. Llevamos días hablando. Es re macanudo. Puede ser efecto del sol que tiene incrustado en su apellido. Le preguntamos si toma whisky, se ríe y nos espera con una botella enorme en un edificio medio raro del barrio de Belgrano. En la entrada hay banquitos de cemento donde uno puede sentarse a tomar sol mientras hace tiempo. Más que un edificio parece Plaza Houssay.
Al mejor estilo Charly García con Migue, en un piso vive Soldán y en el de arriba su hijo Christian, empresario gastronómico, 34 años, fruto de la relación de con Silvia Süller.
“No nos vemos todo los días, pero los partidos de Boca son un cita impostergable”, dice señalando el televisor mil pulgadas que corona un living decorado por cuadros, pinturas, retratos y reconocimientos.
El WhatsApp es buen aliado. Ningún intermediario más ameno en la historia comunicacional asistida. La conversación va preparando el terreno con mensajes diferidos que hasta se responden con corazoncitos. De pronto aparece una voz grabada o un pulgar arriba y todo hace que al momento del encuentro -cuando por fin Silvio baje la música y escuche que están llamando a su puerta- se desemboque en una sonrisa compartida que, lógicamente, elude toda formalidad.
-No te puedo creer…
-El doctor Cormillot tampoco lo podía creer, pero es verdad, te juro: casi no como, como poquito, antes ni siquiera desayunaba. En pandemia recién empecé a comer alguna fruta a la mañana. Tampoco almorzaba. No sé por qué.
La fórmula del amor
-¿Te cocinás vos?
–Mi novia me hace cosas y me las trae. Las meto en el freezer y las caliento. Un amor de mujer. La mujer menos interesada que conocí en mi vida.
-¿Cómo se llama?
-Sólo te voy a decir que se llama Susana.
Pensamos inmediatamente en Susanas: Giménez, Roccasalvo, Romero, Susana Traverso. “Es una pendeja de 58 años -desactiva-. Y no es para nada conocida. Trabaja de niñera. Era una admiradora a la que no le daba ni cinco de bola hasta que un día la invité a tomar algo y me empezó a gustar. Es cálida, agradable, dulce. Encontré lo que, habiendo tenido un montón de relaciones, no había encontrado nunca. Aclaro: ella en su casa y yo en la mía. ¿Será esa la fórmula?»
-Si no lo sabés vos…
-Estamos juntos hace muchos años. No digo cuántos porque la gente hace cálculos, jajaja, pero sí, hace muchos. Ya no me atraen otras mujeres. Ella lo logró. Me cambió sentimentalmente. Yo fui muy infiel, me fueron muy infiel…
-¿Qué les gusta de vos a las mujeres?
-Bueno, yo de joven era muy pintón, me habrás visto, jaja. Además, supongo que la televisión genera esa especie de atractivo que confunde a todas las partes involucradas, a unos y a otros.
De eso no se habla: la política
-¿Qué es ese libro del Che Guevara?
-¿Cómo? Ah -mirando un estante-, no es por el Che. Me lo regaló un gran periodista, Hugo Gambini. Yo le enseñé a hacer radio y él me dedicó su libro.
-¿Políticamente vos sos desarrollista, progre, peronista, conservador…?
-A mí de eso no me gusta hablar. Públicamente es una decisión que he tomado, y no la voy a cambiar. No hablo de política.
-No sabía, disculpame.
-Fui amigo de Menem, lo quise muchísimo, pero algunas veces lo voté y otras no. A De la Rúa le hice bailar tangos en Grandes Valores, pero con Menem teníamos una excelente relación.
Silvio usó el seudónimo “Juan Carlos” en sus inicios. En la libreta de enrolamiento figura anotado como “William Silvio», en homenaje a un actor que le gustaba a su madre. Por lo general remata la mayoría de las frases con un jaja, que no es cualquier jaja: probablemente Soldán haya patentado la onomatopeya predeterminada. Se lo ve contento por su reciente intervención en el programa de Mario Pergolini. «Midió muy bien. Creo que estuve entre los más vistos».
Está rara la naturaleza. Un señor de 90 años que se levanta del sillón como si tuviera resortes en las piernas. Es tan amable Silvio que sólo con su edad permite que buena parte de la humanidad se sienta joven. De cerca, bien de cerca, no despierta sospechas sobre el mítico quincho.
El dueño del quincho
-¿O sea que el pelo es tuyo?
-¿Cómo decís?
-Te estaba mirando el famoso «quincho»…
-Sí, es mío, lo garpo yo. Voy a una casa que me lo hace.
-¿Pero es un implante?
-No, es un quincho. Ojo, yo me burlo de esto en los shows que hago.
-¿No se podía ser pelado en la televisión?
-Jejeje, ¿vos te acordás de Los Mac Ke Mac’s? Un cuarteto vocal muy famoso. Uno de ellos era totalmente calvo y a mí ya se me caía el pelo. Un día, ellos estaban actuando en el viejo Canal 9 y en eso aparece Alejandro Romay. “No los quiero más acá”. ¿Por qué? Son muy buenos, le digo yo. “Igual, no los quiero. Hay uno muy calvo y en la televisión queda feo eso». Lo escuché y me puse un techo para seguir laburando hasta el día de hoy.
-¿Cuál fue tu primer trabajo en Canal 9?
-La publicidad de un chocolatín. Canal 9, en ese momento, provocaba un delirio en la gente. Fue el segundo canal que apareció en la Argentina, el primero privado después del 7, que tenía una programación bastante mala. Yo venía haciendo algunos avisos en el 7 y hacía también un programa como conductor que se llamaba Tangos de sobremesa, con una orquesta grande, una cosa realmente preciosa. Me enganché a hacer publicidad porque se ganaba buena guita. En realidad yo quería ser actor, esa era mi idea original. Estudié Radioteatro en el ISER. No me recibí de locutor, pero conseguí un carnet…
«Cuando salí del country», metáfora tumbera
-Aún en tus peores momentos la gente salió a bancarte, ¿no es así?
-Exacto, nunca nadie me hizo notar que no me quería. Cuando salí del country le dije a Miguel Angel Pierri, mi abogado…
-¿Qué country?
-Yo le digo country a Devoto. Pase 61 días en Devoto.
-Ah, cierto, ¿estuviste preso en una celda?
-No había celdas donde yo estaba. Era esto –muestra el living-, pero multiplicado por cuatro. Camas de acá, camas de allá y unas mesas improvisadas. La “ranchada”, como la llaman ellos. Un pabellón light de gente que ya estaba prácticamente por salir en libertad. El primer día pensé que me iban a fifar, estaba muy asustado, pero dormí como un santo. Yo no duermo bien, pero ahí dormía bárbaro. No entiendo qué pasaba.
-¿Por qué terminaste preso?
-Por la loca esa –su ex, Giselle Rímolo-. En realidad Silvia Süller instaló en la sociedad que yo le había puesto una clínica –a Rímolo no la nombra- y que había contratado el local. Decía que yo era el dueño, el responsable de todo lo que pasaba ahí adentro, y yo nada qué ver, no sabía nada de nada.
-¿Tu abogado no pudo evitar que te mandaran a Devoto?
-Hay jueces que le tienen pánico a ustedes, los periodistas. El periodismo me hizo mierda. Estaba en contra mío. Me castigó muchísimo. Si yo tuviera que dejar de saludar a periodistas, hoy no me estaría saludando con ninguno. Pero yo no sé lo que es el odio. No odio a nadie. Pero a nadie.
-Qué bárbaro…
-No me sale, quizás sea por eso que soy feliz. Si tengo 90 años y a lo mejor no los represento, debe ser por eso. No hay que odiar. El odio envejece. El odio afea a la gente.
-¿Tu target eran las vedettes?
-Me gustaba el teatro de Revista, sí. Estuve con mujeres muy bonitas. Silvia era hermosísima, la doctorcita también. En el medio donde yo trabajo es muy difícil saber si las minas que te dan bola lo hacen porque le gustás o porque podés ser un vehículo para conseguir algo: una que quiere ser actriz, otra que quiere ser cantante, otra que quiere poner una clínica, jaja. Yo me sentí muy usado. Y la culpa es mía, porque no te usan si vos podés frenar eso. Mil veces me tomaron de boludo. Mil.