Un día como hoy, hace 75 años, la joven tenista Althea Gibson hizo historia: venció a Barbara Knapp en un partido que significó la primera vez que una persona afroamericana (varón o mujer) competía en el US Open, entonces llamado U.S. National Championships.
La mujer que se encargaría de romper las barreras raciales en el tenis estadounidense nació el 25 de agosto de 1927 en el Sur rural -Clarendon County, Carolina del Sur-, hija de madre y padre que trabajaban como aparceros en una granja de algodón. El fuego que la haría brillar en el deporte, sin embargo, empezó a encenderse una vez que se mudó con su familia al barrio de Harlem al comienzo de la Gran Depresión, y empezó a jugar a la paleta en las calles de Nueva York.
La mirada del otro, siempre fundamental, también lo fue en la historia de Althea Gibson. Desde quienes vieron un potencial en ella y la llevaron a su primer club de tenis en el Harlem para que diera sus primeros pasos hasta Hubert Eaton y Robert Walton Johnson, dos figuras importantes de la comunidad del tenis afroamericano que la vieron jugar por primera vez en 1946 y decidieron respaldar su formación deportiva y ayudarla a crecer. “Fue en casa del Dr. Eaton, mientras terminaba la secundaria, donde recibí amor y ánimo. Y fue gracias a los esfuerzos y la ayuda del Dr. Johnson que pude viajar por todo Estados Unidos y adquirir la experiencia que tanto necesitaba“, les agradecería ella 11 años después, el día que conquistó su primer título de singles en Wimbledon, según recuerda un artículo de la USTA, el órgano rector del deporte en ese país. Además de trabajar junto a Althea en sus comienzos, Johnson también guió en sus inicios al histórico Arthur Ashe.
La segregación racial que oprimía el aire estadounidense también llegaba al tenis, lo que obligó a Althea Gibson a desarrollarse bajo el amparo de la American Tennis Association, la organización deportiva afroamericana más antigua del país, creada en 1916 después que la United States National Lawn Tennis Association -actual USTA- prohibiera a los jugadores afroamericanos competir en torneos. La red, esa que literalmente la acompañaría durante toda su carrera en las canchas, fue también imprescindible desde su costado metafórico para su trayectoria deportiva: la humanidad que prevalecía en medio de aquella violenta hostilidad y tendía una mano. La misma Gibson reconocería, a modo de balance biográfico, a quienes se fijaron en ella: “Siempre quise ser alguien. Si lo logré, fue mitad porque tuve la valentía de aguantar muchos castigos en el camino y mitad porque hubo mucha gente que se preocupó lo suficiente como para ayudarme“. Una de quienes la ayudó entonces fue la tenista estadounidense Alicia Marble, ex número uno del mundo y cuatro veces campeona de lo que hoy conocemos como el US Open.
“Si el tenis es un deporte para damas y caballeros, es hora de que actuemos un poco más como caballeros y menos como hipócritas. Si algo queda en nombre de la deportividad, es hora de demostrar lo que significa para nosotros. Si Althea Gibson representa un desafío para la actual generación de jugadoras, solo es justo que afronten ese desafío en las canchas”, escribió Marble en una carta publicada el primero de julio de 1950 en la revista American Lawn Tennis, donde agregó también que, si a su compatriota no le dieran la oportunidad de competir, “entonces habría una marca imborrable en un deporte al que he dedicado la mayor parte de mi vida, y me sentiría amargamente avergonzada”.
La carta ayudó a que su tenis, que estaba deslumbrando a todos en su país, llegara al torneo más importante de Estados Unidos. Althea Gibson jugó su primer partido del U.S. National Championships el 28 de agosto de 1950 en la cancha 14 del predio de Forest Hills, en un encuentro que significó la primera vez de un tenista afroamericano en lo que hoy conocemos como US Open. El resultado fue una victoria sobre Barbara Knapp por doble 6-2. Al día siguiente, por la segunda ronda, le tocó enfrentar a la campeona vigente, Louise Brough: estuvo cerca de ganarle, pero las crónicas de aquel juego recuerdan que la lluvia obligó a suspender el partido y con la reanudación finalmente fue derrota para Gibson. Fue el final de su participación en aquel histórico torneo, donde dejó su huella de pionera para siempre.
Al año siguiente, volvería a hacer historia con su participación en otro Major, Wimbledon, donde hasta entonces nunca había jugado un tenista afroamericano. Los títulos llegarían en 1956, cuando Gibson venció en la final a Angela Mortimer por 6-0 y 12-10 para consagrarse campeona de Roland Garros, en lo que fue el primer título de Grand Slam de la historia ganado por una persona afroamericana. Desde entonces, alcanzó un protagonismo estelar: jugó 19 finales de Majors y ganó 11 títulos de Grand Slam, incluyendo cuatro coronaciones en singles de Wimbledon y el US Open (en 1957 y 1958), cinco en dobles y una en dobles mixto, según registros del International Tennis Hall of Fame.
Su reconocimiento internacional y sus logros deportivos, durante los tiempos de la época amateur del tenis, no redituaron para un horizonte próspero de su vida. La mujer que llevó sobre sus hombros el peso de ser quien quebrara las barreras raciales de la disciplina se inclinó por otros universos para sobrevivir, porque ni siquiera la Era Abierta le trajo oportunidades. «Cuando miraba a mi alrededor, veía que las tenistas blancas, algunas de las cuales había derrotado en la cancha, aceptaban ofertas e invitaciones -escribió en su libro So Much to Live For-. De repente, caí en la cuenta de que mis triunfos no habían destruido las barreras raciales de una vez por todas, como yo, quizás ingenuamente, esperaba. O si las destruí, se habían erigido de nuevo tras de mí«. Lanzó un álbum de jazz y actuó en una película de John Wayne, «The Horse Soldiers». También probó con el golf, allí donde se convirtió en la primera afroamericana en la LPGA, la organización estadounidense que nuclea a las golfistas profesionales.
A los 68 años, la miseria económica arrinconó a la pionera del Harlem y ella, desde un sencillo piso alquilado en Nueva Jersey, llamó a Angela Buxton, con quien había ganado los títulos de dobles en Wimbledon y Roland Garros en 1956. Era para despedirse. «No tenía dinero para pagar el alquiler, la comida o los medicamentos -recordó su compañera en diálogo con la BBC Sports-. No se encontraba bien y me dijo que se iba. Le pregunté adónde. Entonces me dijo que iba a suicidarse». Buxton la ayudó con dinero y escribió a una revista especializada, la Tennis Week, contando la situación de su amiga, tras lo cual llegaron donaciones económicas que colaboraron con su situación.
«Quiero que el público me recuerde como me conocieron: atlética, inteligente y saludable. Recuérdenme fuerte, resistente, rápida, ágil y tenaz», dijo alguna vez Althea Gibson, la pionera que abrió puertas con su tenis hace 75 años y murió el 28 de septiembre de 2003.