domingo, 22 diciembre, 2024
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La huella natural de la inteligencia artificial

MADRID.- La inteligencia artificial (IA) promete ser una de las grandes revoluciones del presente, con un enorme potencial para convertirse en aliada estratégica en sectores clave. Pero conviene no olvidar que bajo el paraguas comercial de la IA conviven innumerables herramientas desarrolladas y sostenidas por grandes compañías tecnológicas. Unos programas informáticos que tienen una huella física y medioambiental considerable, a pesar de que se muevan entre eufemismos como la nube, el flujo de datos o la misma inteligencia, que nos hacen olvidar que se sostienen en infraestructuras muy tangibles. Los centros de datos que se están levantando por todo el mundo para sostener ese esfuerzo computacional absorben monumentales recursos energéticos. España está logrando atraer muchas de estas infraestructuras precisamente porque el costo energético es mucho menor que en otros países de Europa. La IA puede parecer etérea, pero está moldeando físicamente el mundo.

Las grandes tecnológicas se han lanzado a una carrera por dominar el territorio del software inteligente, una fiebre del oro que también tiene consecuencias negativas. El consumo energético y de agua de estas compañías se ha disparado en los últimos años, también sus emisiones de carbono y las proyecciones muestran que la tendencia puede acelerarse por culpa de la IA. Lo evidencian las últimas cifras disponibles de los principales desarrolladores de esta tecnología: Microsoft ha duplicado sus necesidades energéticas entre 2020 y 2023 y Google ha vivido un incremento del 67% en ese mismo periodo.

Los modelos informáticos que hay detrás de las herramientas inteligentes exigen ser entrenados con potentes procesadores que devoran electricidad. Además, los ordenadores demandan torrentes de agua para refrigerarse. Entrenar un modelo de procesamiento del lenguaje equivale a tantas emisiones como las que expulsarían 125 vuelos de ida y vuelta entre Pekín y Nueva York. Antes de esta fiebre, se calculaba que el sector tecnológico supondría el 14% de las emisiones mundiales para 2040. Y cada día se lanzan al mercado nuevas herramientas de este tipo, que requieren reentrenarse una y otra vez para no quedar obsoletas.

La irrupción de la IA generativa, esa que asombró al mundo por su capacidad para escribir o dibujar de modo inmediato, provocó un aluvión de advertencias sobre sus supuestos peligros y esfuerzos legislativos de todo tipo. Es imperativo abordar sus consecuencias medioambientales con la misma urgencia. El futuro de la IA debe ser sostenible, equilibrando el progreso con el consumo razonable de los recursos para asegurarnos de que sea una herramienta para el bien común sin comprometer nuestro entorno.

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