Hace dos semanas atrás, el escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari participó como orador del evento “Ha llegado la hora”, que se celebró en el Menora Mivtachim Arena de Tel Aviv. El encuentro, constituido en su mayoría por activistas judíos y árabes, tiene lugar a nueve meses del inicio del conflicto bélico entre Israel y el grupo terrorista Hamas -la guerra comenzó el 7 de octubre- por el control de la región. Bajo la premisa de que solo una resolución pacífica entre ambos pueblos puede evitar la masacre, Harari pronunció un excepcional discurso en el demostró que israelíes y palestinos podrían dejar sus diferencias de lado y coexistir.
“En una época, no había pueblo judío. Tampoco había pueblo palestino. Hace 100 millones de años, acá había dinosaurios. Hace 100 mil años, acá había neandertales. Hace 10.000 años, ya habían llegado los seres humanos como nosotros, homo sapiens, pero ninguno de los pueblos que conocemos hoy existía. No había franceses ni alemanes ni judíos ni palestinos. El tiempo crea pueblos”, introdujo el autor de Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI, entre otros libros.
“Podemos discutir exactamente cuándo nacieron el pueblo judío y palestino, pero lo importante es que ahora los dos pueblos existen acá. Desafortunadamente, demasiados de nosotros se rehúsan a reconocer este hecho tan simple: que hay acá tanto un pueblo judío como un pueblo palestino, y que los dos tenemos un profundo vínculo histórico y espiritual, y que ambos tenemos derechos a existir acá. La amarga verdad sobre el conflicto israelí-palestino es que cada bando sospecha que el otro simplemente intenta hacerlo desaparecer, y ambos tienen razón. Nuestro miedo de que los palestinos nos quieran liquidar está totalmente justificado. Y el miedo de los palestinos de que nosotros los queramos aniquilar también está totalmente justificado”, analizó a continuación.
Y sumó: “Esto no es paranoia. Es un baño de realidad. En su Documento de Principios y Políticas, define Hamas, que ‘toda la tierra del río Jordán al Mar Mediterráneo, desde Ras al-Naqura al norte hasta Um Al-Rasharash al sur le pertenecen exclusivamente al pueblo palestino’ sin reconocer ningún vínculo ni derecho judío a esta tierra. Por otro lado, el actual gobierno israelí declaró en sus políticas fundamentales que ‘el pueblo judío tiene derecho exclusivo e inalienable sobre todas las partes de la Tierra de Israel’. Cada lado piensa que el espacio en su totalidad le pertenece exclusivamente”.
“‘¿Qué tienen que ver los judíos con Jerusalén?’ se preguntan varios palestinos con total seriedad. ‘Los palestinos no existen’ definen muchos israelíes con total seriedad. Tienen ojos, pero no ven. Tienen oídos pero no escuchan. ¿Cómo podemos explicar este nivel de negación? La realidad es generalmente compleja y vasta, pero a menudo nuestras mentes son angostas y pequeñas. Es difícil apretar tanta realidad en poca mente. ¿Qué hacen las mentes pequeñas? Intentan hacer desaparecer lo que no pueden digerir. ‘No puedo aceptar esto, así que debe desaparecer’, dice la mente”, opinó el escritor.
Y consideró: “La necesidad de hacer desaparecer partes enteras de la realidad es el combustible del ciclo de sangre y hostilidad, que crece y empeora cada año. A medida que las pequeñas mentes intentan destruir lo que no son capaces de contener, se achican cada vez más. Lo que queda es ‘yo, yo y yo’. Su mundo se vuelve ‘tan angosto como el de una hormiga’. Pero la verdad es que el mundo es grande. Este angosto territorio es lo suficientemente grande para dos pueblos”.
Para el filósofo, “no hay acá una escasez objetiva de tierra. Hay suficiente espacio entre el Jordán y el Mediterráneo para construir casas, caminos, fábricas, escuelas y hospitales para todos”. “Sufrimos no por estrechez de tierra sino por estrechez de mente. Pero cada uno y cada una de nosotros puede expandir su mente. La mente puede ser enorme: puede contener al mundo en su totalidad”, insistió en ese sentido.
“Cada bando necesita reconocer la existencia del otro y renunciar a la fantasía de que el otro no existe, o que un día lograremos que el otro no exista. La paz llegará a nuestra región cuando tanto los palestinos como nosotros podamos decir con una mano en el corazón que no buscaremos destruir al otro bando. No importa cuánta razón tengamos. Y no importa lo que ellos nos hicieron. Ellos de todas formas son parte de la realidad y tienen derecho a vivir con seguridad y dignidad en el país donde nacieron, porque son seres humanos como nosotros”, destacó.
Sobre el final de su extenso discurso, estableció similitudes entre israelíes y palestinos: “Los seres humanos discutimos mucho sobre ideas, pero tenemos las mismas emociones y necesidades básicas. Todos los seres humanos, sea en Gaza o en Tel Aviv, en Hebrón o en Acre, tenemos sed de agua, de tranquilidad, de verdad y de amor. ¿Quién no necesita agua, no quiere paz mental, no quiere saber la verdad sobre la vida, o no quiere armar o sentirse amado?”.
“El problema es que no siempre es fácil sacar esta sed. Muchos de nosotros buscan tranquilidad mental a través de la lucha; intentan llegar a la verdad a través de la difusión de mentiras; y lo peor de todo es que piensan que es posible comprar el amor de Dios o de la humanidad con las monedas del odio y de la violencia. Esto es similar a alguien que busca saciar su sed de agua en un lago de fuego. Pero nunca es demasiado tarde para reparar eso. La guerra no es una ley natural. Es una elección humana. Y en cada momento, es posible elegir algo diferente. En cada momento, es posible comenzar a hacer la paz”, dijo Harari.
“Es verdad, intentamos hacer la paz y no nos fue bien. ¿Y qué? Tampoco somos muy exitosos en la guerra. Y esto no evita que intentemos una y otra vez. Todas las guerras nos llevaron al abismo. Llegó el momento de que intentemos de nuevo la paz. Y recuerden: la guerra es el intento de pequeñas mentes de eliminar la complejidad de la realidad. La paz es grande: puede contener multitudes”, concluyó.
LA NACION