Hay momentos inolvidables. Una sensación recorre tu cuerpo, el tiempo se detiene, de repente todo empieza a transitar en cámara lenta hasta que la pelota entra en el arco y vos no gritas: vomitas un desahogo que contiene alegría, emoción, llanto, angustia y un desborde del que sos parte junto a una multitud. Es tu infancia, es tu historia, es tu viejo, tu vieja, tu hijo. Boca le empata al Bayern Munich en el Hard Rock Stadium de Miami. Es una noche que no vas a olvidar. Estés ahí, en las tribunas del estadio, o en tu casa de Buenos Aires, Mendoza o Córdoba.
El goce, la euforia, todo eso, sucede luego de un inicio algo frustrante. Y antes de un final idéntico. Porque la diferencia que se suponía iba a haber antes de este Mundial de Clubes entre europeos y no europeos (que por suerte está lejos de ser la norma) tuvo quizás su primer episodio nítido en los minutos iniciales de Boca contra Bayern. No hubo equivalencias entre un equipo y otro, el alemán superaba al argentino en todas las líneas e hizo dos goles: uno anulado por VAR por falta a Marchesín y otro de Kane que le dio la ventaja en el resultado al Bayern. Y porque luego de ese gol épico de Merentiel, cuando el empate estaba cerca de ser una realidad numérica en la tabla, Olise soltó la pelota desde la puerta del área, imposible de llegar para Marchesín.
La hinchada de Boca, la que según The Athletic (el suplemento deportivo de New York Times) sacudió la monotonía de este Mundial de Clubes –“Despertaron a todos de su letargo con esa pasión única, intacta. El estadio vibraba al ritmo de su gente. Y como bien sabe Miami, al final, el ritmo te atrapa”, escribió el periodista James Horncastle– se hizo sentir en todo el partido, como si se hubiese juramentado cantar sin importar el resultado, sin importar lo que sucediera en la cancha. Todo se potenció porque el equipo de Russo, por más de que fue superado, siempre estuvo a un gol de la hazaña.
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Cuando Kane selló el 1-0 y el Bayern siguió como si el partido hubiese seguido cero a cero, se sintió la diferencia de jerarquía entre uno y otro equipo. Pero Boca tenía algo de qué aferrarse: a pesar de todo, seguía a tan solo un gol de diferencia.
Lo pudo empatar, de hecho, en un tiro libre de Zenón o, más tarde, cuando el mismo Zenón quedó frente a Neuer. El mediocampista cerró los ojos y pateó al medio. Y aunque es injusto escribirlo o decirlo sentado en la comodidad de un escritorio, quizás si buscaba el segundo palo abriendo el pie, la complejidad del rival, del partido y del contexto se hubiera suspendido por un momento. No pasó porque Neuer tapó con una mano. Y porque estos partidos muchas veces se definen en esos detalles, en esas sutilezas: cómo poner el pie, qué decisión tomar en el instante indicado.
Justamente eso –cómo poner el pie, qué decisión tomar– es lo que hizo Merentiel para empatar el partido, a los 22 minutos del segundo tiempo. Hubiese sido mágico –para el hincha de Boca, pero también para el hincha del fútbol argentino– si el tiempo se hubiera detenido. Lamentablemente, no pasó.